miércoles, 29 de abril de 2015

Nº2 "Casi lo mismo. Alrededor de la traducción" : Fassio: Las máquinas de leer laberintos

En los años 40 el matemático inglés A.M. Turing imaginó una computadora cuyo utilaje se limitaba a un lápiz y un block de papel. En los 50 el patafísico argentino J. E. Fassio ideó una máquina para leer las dificultosas Nuevas Impresiones de África de Raymond Roussel. La invención de Turing parece remitir a la vieja querella de los calculistas que en el siglo X discutían sobre las bondades del ábaco y de las cifras escritas sobre pergamino. La de Fassio, a su vez, a las máquinas que proponían ingenuas formas de simplificación de las rutinas manuales. A esta altura ambos artificios son apenas inteligentes e incitantes ancestros de los prodigios de la ingeniería informática, si no se trata de ironías sutiles. Cibernética, patafísica y literatura —como lo demostraron las experiencias del OULIPO de Raymond Queneau— parecen convivir a través de complejos atajos imaginarios.

En noviembre de 1957, al cumplirse medio siglo de la muerte de Alfred Jarry (1873-1907), la editorial porteña Minotauro lanzó al mercado la primera versión castellana de Ubú Rey, uno de los textos capitales de la patafísica y una obra en cierta medida excepcional en un catálogo especializado en clásicos de la ciencia ficción, como Sturgeon, Bradbury, Stapledon, etc.
Muchos memoriosos recordarán que la idea de una paradójica "ciencia" de lo particular y de las soluciones imaginarias (a la que su inventor denominó, justamente, patafísica) fue propuesta por Jarry en diversos fragmentos de su ciclo teatral sobre Ubú y en uno de los capítulos de Gestas y opiniones del doctor Faustroll, que constituyen el núcleo fundante de su sistema de humoradas filosófico-literarias. Estos textos lo convierten en un auténtico precursor del arte y la poesía contemporáneos (desde el surrealismo hasta el teatro del absurdo), en obligado punto de referencia, por su vida y por su obra, para los cultores más refinados del humor negro, a la vez que en un "anticipador" de cierta zona crítica y todavía marginal del pensamiento moderno, con obras que como Ubú Rey, Ubú Cornudo y Ubú Encadenado constituyen una punzante intuición sobre estos tiempos de tontería, brutalidad e hipocresía.
Uno de los traductores de aquella temprana versión ubuesca (junto con Enrique Alonso) era ese inventor, imaginero, ensayista, dibujante, traductor, compilador, patafísico, bibliófilo y pensador heterodoxo que se llamó Juan Esteban Fassio (1924-1980), autor a su vez del estudio preliminar y de las notas que enriquecerían la hoy inhallable edición de Minotauro, reemplazada corrientemente por la traducción española de José-Benito Alique.

Qué es la patafísica

Fassio puede ser descripto como uno de los mayores y más sutiles conocedores y divulgadores del arte y la literatura de vanguardia, de la que llegó a poseer una de las bibliotecas mejor provistas de la Argentina (junto con las de Elías Piterbarg y Enrique Pichon-Riviére), con piezas auténticamente curiosas y fundamentales.
Vinculado desde temprano con diversos movimientos artísticos de vanguardia, entre ellos el grupo madí en su doble vertiente argentina y uruguaya, fue un activo colaborador de revistas pioneras del espíritu moderno, como Letra y línea, y de revistas de filiación surrealista, como A partir de cero, en cuyas páginas aparecieron algunos de sus provocativos collages fotográficos, en nada inferiores a los imaginados por el talento de Max Ernst.
Fue en la primera de las nombradas, precisamente, donde publicó el que cabe considerar como primer trabajo local de divulgación sobre Alfred Jarry y el Colegio de Patafísica, institución dedicada a la exégesis y hermenéutica patafísica de la que Fassio llegó a ser —según su curiosa nomenclatura organizativa— algo así como Proveedor Propagador en la Mesembrinesia Americana, Administrador Antártico y Gran Competente OGG, además de encargado de la Regencia y Cátedra de Trabajos Prácticos Rousselianos.
En ese texto primigenio el autor definía en estos términos la esencia de la patafísica y la naturaleza de sus relaciones con lo humorístico: "A través de los textos en que se manifiesta, esta ciencia aparece como un modo de apreciación de los fenómenos naturales y humanos basado fundamentalmente en el análisis de la irracionalidad concreta de tales fenómenos y practicado a la luz del humor crítico y del azar... El razonamiento patafísico descubre que todo fenómeno es individual, defectuoso... Re-sumiendo, la patafísica es la fenomenología del monstruo".

Imaginería de la inutilidad

En una época y en un medio en los que abundaban la solemnidad, la represión psicológica, el tartufismo y el culto a la pura utilidad, puede decirse que la obra heterodoxa, desmitificadora y exaltadora de la imaginación, el humor y la libertad que emprendió Fassio en forma casi secreta, cubrió una necesidad generalmente sentida. Esta fue igual a la que llenaron, en su momento y a su modo, pensadores y artistas marginales como Macedonio Fernández, Oliverio Girondo y Xul Solar, aunque Fassio tuvo el handicap de no escribir En la Masmédula o de no contar con un jefe de relaciones públicas como Borges.
Parte de ese espíritu, que apelaba por sobre todas las cosas al humor, a la sorpresa y a la creatividad, y que se solazaba empeñosa y minuciosamente con la investigación de las zonas más inquietantes y atípicas de la sensibilidad y el conocimiento humanos, es la que preside sus múltiples "imaginerías" e "inventos", encuadrados en una línea muy similar (por su crítica implícita a la actividad artística, su síntesis entre emoción y conocimiento, y su integración del sentido problemático de la existencia) a la que caracterizaba a los objetos y a las máquinas inútiles e irónicas de Man Ray, Francis Picabia y Marcel Duchamp, conmovedoras y líricas a partir de su propia inutilidad en el seno de un universo acosado por la eficiencia y el lucro. La patafísica, desde luego, había prestado atención al tema de las máquinas en general, y este interés, compartido de modo sesgado por Fassio, se traduce en el breve catálogo exegético e incitativo que propone en su artículo "Alfredo Jarry y el Colegio de Patafísica", aparecido en julio de 1954 en el número 4 de Letra y línea. Allí alude a la máquina del norteamericano Lawrence Walstrom, con sus 700 piezas que marchan a la perfección sin cumplir ninguna función productiva definida, una hipotética máquina de calcular que se descompone cuando se la pone en marcha, la "máquina de pintar” del doctor Faustroll, la "máquina amatoria" de Le Surmale de Jarry, y la célebre "máquina de descerebrar", instrumento de gobierno de Ubú que parece haber cundido más allá de lo razonable en el imaginario político de ciertos mandatarios.
En uno de los capítulos de La vuelta al día en ochenta mundos (cfr. "De otra máquina célibe"), Cortázar proporciona una minuciosa descripción de la "Ravuel-o-matic", o máquina diseñada por Fassio para la confortable v adecuada lectura del laberinto patabrowniano que propone Rayuela, con sus múltiples zonas de fuga. Ese artificio es posterior, sin embargo, a otro menos notorio pero de elaboración más compleja y significación mucho más profunda y sugestiva, desde el punto de vista de la
comprensión de los mecanismos conceptuales de la lectura y de la producción textual: la máquina para leer las Nuevas Impresiones de África, de Raymond Roussel.

Máquinas y laberintos

La lectura de las Nuevas Impresiones de Roussel, con la peculiar estructura arborescente diseñada por el autor, supone dos dificultades básicas. La primera reside en el no desdeñable esfuerzo físico que demanda volver las páginas hacia adelante y atrás, para no perderse en el laberinto digresivo de la construcción; la segunda, previsiblemente, es la "entropía de lectura" que ocasiona ese mismo laberinto, colocando al lector prácticamente al borde del olvido total o parcial del hilo conductor principal.
Fassio —sin el auxilio de las computadoras, en una época que ignoraba todavía la liviana y versátil eficacia de los microprocesadores— abordó la dificultad y la resolvió de manera elaborada y suficiente, en una línea más cercana al espíritu de la aparatología del siglo XVII (la de Kircher, Graevius y Johannes Wilkins) que a los recursos procesales de la electrónica, más "económicos" que los de su laborioso bricolage tecnológico. Su máquina, desde este punto de vista, como descubrió Francois Caradec, se parece a la "noria" ideada en aquellos tiempos por Agostino de Ramellis para consultar simultáneamente varios libros sin levantarse de la silla, aunque lo más cercano en el tiempo serían los sistemas de mecanización de información por medio de aparatos manuales y fichas con muescas u orificios, en boga en la etapa inmediatamente anterior a la eclosión electrónica e informática.
Para conjurar los fantasmas de la entropía rousseliana Fassio separó las Nuevas Impresiones de África en seis series de textos ubicados entre diferentes tipos de paréntesis (desde los simples hasta los quíntuples), ordenados en tarjetas identificadas con los colores rojo, azul, amarillo, verde, violeta y naranja (una de las ideas de Roussel para distinguir las diversas zonas en la impresión del libro).
Cada canto rousseliano puede ser comparado estructuralmente con una serie de círculos con radios concéntricos y excéntricos, circunstancia que fue tomada en cuenta por Fassio para adecuar el tamaño de las tarjetas (seis radios diferentes para los textos y cuatro para las notas, lo que forma un total de diez radios para el conjunto de los cantos) y montarlas sistemáticamente sobre un eje horizontal que gira manualmente hacia adelante y atrás. La ventaja visual y manual de la máquina reside en que permite retomar los pasajes interrumpidos por los paréntesis y garantiza, dentro de lo razonablemente posible en el caso de Roussel, una lectura fluida y casi lineal de sus Nuevas Impresiones de África, cuya técnica de impresión supone complejidades que obligarían a su vez a un dilatado paréntesis.
Fassio, desde luego, se movía en los años '50 en un universo liminar, en el que todavía se mezclaban la mecánica manual y el bricolage maquinista de Dadá con los primeros avances cibernéticos de Wiener, Von Neumann y Turing. En estos días el sutil e imaginativo investigador de dificultades que fue Fassio se hubiese valido seguramente de un pequeño computador, para desandar de modo expeditivo las perplejidades en que lo sumía Roussel, objeto de sus desvelos como sostenedor de la Cátedra de Trabajos Prácticos Rousselianos.
Pero en aquellos tiempos extrañamente cercanos y remotos sólo se podía pensar en la gigantesca e inalcanzable contundencia de la ENIAC, con sus 30 toneladas de peso, sus 18 mil lámparas radiantes (cuyo funcionamiento a pleno hacía parpadear las luces de Filadelfia) y sus 5 mil sumas por segundo, y acaso muy módicamente en las primeras UNIVAC digitales, que reducían considerablemente las trepidaciones del monstruo. En aquel momento Turing, con sus excentricidades de maratonista y "sabio loco", era
todavía la gran figura de la informática, vinculada con el esotérico desciframiento de las claves alemanas de la Segunda Guerra y con la resolución de problemas similares a los enfrentados por Fassio desde la poesía: descubrir, matemáticamente desde luego, que un eslabón defectuoso de cadena de bicicleta provocaba el desprendimiento de la misma cuando coincidía —cada n número de veces— con uno de los rayos de la rueda, o diseñar (para resolver complejísimos problemas de lógica matemática en los campos de la computación y de la teoría de la decisión) una computadora infalible y económica cuyo único hardware eran un lápiz de mina blanda y un block de papel común.
Sobre el interés de la figura y de la múltiple y poco conocida labor intelectual de Fassio —quien entre otras cosas fue un competente y accidental divulgador científico, capaz de provocar el asombro de varios matemáticos por su insólita capacidad para simplificar abstrusas cuestiones de cálculo diferencial e integral dan cuenta unas líneas finales de las memorias del barón Mollet, ex-secretario de Apollinaire y Sátrapa Supremo del Colegio de Patafísica, quien menciona elogiosamente su nombre junto a los de Max Ernst, Ionesco, Siné, Boris Vian, Jean Dubuffet, Raymond Queneau y otros patafísicos reales y virtuales. Cortázar, por su parte, relata en La vuelta al día en ochenta mundos un encuentro fortuito con Fassio en la casa que éste ocupaba en la calle Misiones: "Tuve en mis manos la máquina para leer las Nouvelles impressions d'Afrique, y también la valija de Marcel Duchamp; Fassio, que hablaba poco, servía en cambio unos sandwiches de tamaño natural y mucho vino tinto, y acabó sacando una Kodak del tiempo de los pterodáctilos con la que nos fotografió a todos debajo de un paraguas y en otras actitudes dignas de las circunstancias". Fassio estaba presente, de algún modo, en esas fotografías.

Jorge B. Rivera, Postales electrónicas. (Ensayos sobre medios, cultura y sociedad), Atuel, Buenos Aires, 1994.

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