martes, 15 de julio de 2014

Nº1 "Soberanía Idiomática": Documento / Manifiesto.




I


El lema actual de la RAE es “unidad en la diversidad”. Lejos del purista “limpia, fija y da esplendor”, el de hoy anuncia la mirada globalizadora sobre el conjunto del área idiomática. Podría entenderse como enunciado referido al carácter pluricéntrico del español, pero como al mismo tiempo la RAE define políticas explícitas en la conformación de diccionarios, gramáticas y ortografías, el matiz de “diversidad” que propone termina perdiéndose en el marco de decisiones normativas y reguladoras que responden a su tradicional espíritu centralista. Las instituciones de la lengua son globalizadoras cuando piensan el mercado y monárquicas cuando tratan la norma. La noción pluricéntrica, entendida en sentido estricto (diversos centros no sometidos a autoridad hegemónica), queda cabalmente desmentida entre otros ejemplos por el Diccionario panhispánico de dudas (2005), en el que el 70% de los “errores” que se sancionan corresponde a usos americanos. El mito de que el español es una lengua en peligro cuya unidad debe ser preservada ha venido justificando la ideología estandarizadora, que supone una única opción legítima entre las que ofrece el mundo hispanohablante.

En la tradición del pensamiento argentino esto se ha debatido profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges, la condición americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas. Para los hombres del siglo XIX se trataba de sacudir la condición colonial de esa herencia y por ello emprendieron la búsqueda de formas atravesadas por otros idiomas. Pero si coquetearon con el francés, se asustaron con el cocoliche, y aún más con la idea de que la diferencia provenía de los diversos mestizajes y contactos con el mundo indígena. Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la nación. Durante el siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran medida debates sobre las instituciones y sobre el papel del Estado nacional. La emergencia de voces que propugnaban por una “soberanía idiomática” tuvo un momento de condensación cuando el gobierno peronista enunció, en 1952, el objetivo de crear una Academia Nacional de la Lengua para que produjera instrumentos lingüísticos propios. Cuestionaba, así, a las academias normativas existentes, en particular a la Real Academia Española.

Son y no son nuestros debates. En este momento, la crítica a España no debería abrir posiciones de retorno a esos énfasis nacionales. Que por un lado creían en las nuevas amalgamas y por otro tendían a borrar toda diferencia interna, negando, para ser nacionales, la heterogeneidad étnica y cultural de las poblaciones habitantes del territorio. Nuestra contemporaneidad, signada por intentos novedosos de integración sudamericana, en la que por primera vez la región se ha dado instituciones políticas de articulación (el Mercosur, el Unasur, el Alba) abre una perspectiva fundamental: la de considerar la cuestión de la lengua a nivel regional, como dimensión de esos procesos en los que frente a la globalización mercantil se forja una alianza entre los países de la región.

Una región en la que hay dos lenguas mayoritarias, el portugués y el español, y lenguas indígenas que trascienden las fronteras nacionales, como el quechua, el mapuche, el guaraní, merece políticas de integración y comunicación, apostando al bilingüismo y al reconocimiento de lo plural y cambiante en los idiomas. La lengua es el campo de una experiencia y la condición para la constitución de sujetos políticos y, a la vez, una fuerza productiva.

II

Valoración política de la heterogeneidad más que festejo mercantil de la diversidad. Eso reclamamos. No sólo en lo que hace a territorios nacionales en los que coexisten lenguas indígenas y lenguas migratorias. También afirmación de la heterogeneidad en los usos literarios y expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando una variedad —en general la culta de las ciudades— en ese lugar sin comprender su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental.

Allí funciona, como es posible ver en las industrias editoriales y en los medios de comunicación, una estrategia de mercado que no supone menos homogeneización y supresión de las diferencias que las viejas instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La integración latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas nacionales, supone una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en nombre de una globalización sin asperezas ni rugosidades.

Así como hay discusiones en curso sobre los medios y sobre la justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones que hacen a las políticas de la lengua. No es necesario abundar sobre esa dimensión pero sí enunciar algunos ejemplos: las industrias audiovisuales no pueden pensarse, tal como se hace visible con la ley del doblaje, sin decisiones sobre la lengua o sólo con la idea de trabajo nacional o desarrollo propio; las estrategias educativas centradas en la distribución de herramientas tecnológicas no pueden completar su tarea sin la consideración de los contextos lingüísticos de su aplicación; la literatura no puede desligarse de la consideración social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del mundo editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales. Todos estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica, empresarial, laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden verse como disyuntivas tenaces, a elegir entre cosmopolitismos entreguistas y defensas soberanistas, sino como la oportunidad única, para América Latina, de recrear sus modos de integrarse y diferenciarse.

III


En marzo de 1991, el gobierno de Felipe González, con explícito auspicio de la corona española, creó el Instituto Cervantes, situándolo en principio como dependencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. La fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas al proceso político de rápida integración europea en el que en ese período, entre mediados de la década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España, obligada entonces a poner en línea con la Unión no sólo los índices de regulación fiscal y un conjunto de estrategias económicas para ingresar plenamente al mercado común europeo, sino también sus políticas de administración pública, educativas y culturales. Es en el marco general de esas reformas que el gobierno español asume la determinación de proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola como bien estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que arranca en Francia en el siglo XIX. La Alliance Française, que según las mediciones estadísticas de la Unión, se promociona actualmente como la organización cultural más grande del mundo, fue creada en 1883, por un comité de notables entre los que se encontraban Louis Pasteur, Ernest Renan, Jules Verne, el ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor Armand Colin. El propósito de la institución, equivalente del tardío Instituto Cervantes, fue también el de difundir la lengua y la cultura francesas en el mundo. Hacia fines del siglo XIX, este objetivo enlaza evidentemente con las políticas de expansión y reparto de zonas de influencia de las potencias imperiales europeas. A cuenta del ingeniero Lesseps no sólo hay que poner esa iniciativa “cultural”, también la construcción del canal de Panamá y del canal de Suez (el uno indispensable conexión oceánica para las nuevas configuraciones del mercado mundial y el otro pieza fundamental de la política imperial francesa); y de su discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina de la zanja de Alsina, foso fronterizo con el mundo indio. La Società Dante Alligieri se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia se sitúa en el norte de África. Y ya en el siglo XX, el British Councily las asociaciones de cultura inglesa y en la reconstrucción alemana de posguerra (1951) el Goethe Institut. En los últimos años, en un contexto bien diferente, se fundaron el Instituto Confucio (China) y el Camões (Portugal), al tiempo que Brasil proyecta su Instituto Machado.

Esta brevísima descripción de los organismos europeos creados para la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en general con perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar que fueron inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el valor “comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y aclimatación de la economía mundial en el período. La lengua queda así principalmente comprometida en su rasgo instrumental, como dispositivo técnico de penetración económica por una parte, y a la vez como fórmula de colonización y propagación cultural. No muy distinto es el caso del Instituto Cervantes. Adaptado a las exigencias de la integración española a Europa en el auge de la globalización, se propuso sin embargo y desde el comienzo como apéndice de una articulación mayor y específica con la vieja institución reguladora de la lengua, la Real Academia y sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se define así en un doble escenario funcional: instrumento de promoción de la enseñanza del español y de divulgación cultural en países y regiones no hispanohablantes, e institución de apoyo a las políticas reguladoras y normativas de la lengua en países de habla hispana. Esta doble función la distingue del resto de los organismos europeos equivalentes. La Academia Francesa o la Italiana (Accademia della Crusca) no buscan imponer significativamente formas normativas a través de la Alliance o la Dante; y en el contexto anglófono, como se sabe, no hay institución que rija las mutaciones y variedades de la lengua inglesa. En esos años, los ‘90, el Cervantes se asume como correlato y “avanzada” del intenso crecimiento de los negocios españoles en Sudamérica (privatización de las comunicaciones, de la energía y del transporte, fuerte penetración de la banca, etc.). Por su parte, y ya a partir de la década anterior, las industrias culturales españolas comienzan a proyectarse como un campo de profuso rendimiento. La industria editorial, entonces fuertemente subsidiada por el estado español, fue esbozándose como cifra hegemónica en la región idiomática y beneficiaria de los bruscos procesos de concentración del sector. Desde entonces, el Instituto Cervantes ha sido y es una pieza decisiva en la construcción de la “marca” España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes y sus organismos satélites tienden a identificarse, y referida para nombrar los desplazamientos de mercado, las astucias y fetichismos de la publicidad, constituye una huella histórica evidente del papel que viene asignándose a la lengua.

IV

La lengua no es un negocio, pero a menudo se la trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas, por ejemplo, cunde la metáfora de compararla con el petróleo. España no tiene crudo, se dice, pero perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma español, que terminó por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones no se hacían sólo en Madrid, también en Medellín, en Lima, en Santiago, en Buenos Aires; en materia idiomática, España siempre sintió que se trataba de “sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de un “bien común” e “invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga de comercializarlo en el resto del mundo. El patrimonio es compartido, pero la destilación es extranjera.

Para dimensionar la realidad petrolífera de la lengua citaremos sólo algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto Cervantes: Más de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación internacional. En 2030, el 7,5% de la población mundial será hispanohablante (un total de 535 millones de personas). Para entonces, sólo el chino superará al español como lengua con un mayor número de hablantes nativos. Dentro de tres o cuatro generaciones, el 10% de la población mundial se entenderá en español. En 2050 Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18 millones de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas editoriales españolas tienen 162 filiales en el mundo repartidas en 28 países, más del 80% en Iberoamérica, lo que demuestra la importancia de la lengua común a la hora de invertir en terceros países. Norteamérica (México, Estados Unidos y Canadá) y España suman el 78% del poder de compra de los hispanohablantes. El español es la tercera lengua más utilizada en la Red. La penetración de Internet en Argentina es la mayor entre los países hispanohablantes y ha superado por primera vez a la de España. La demanda de documentos en español es la cuarta en importancia entre las lenguas del mundo.

Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90% del idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos del 10% restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser enseñada en el mundo. Si fuera sólo un asunto económico no tendría relevancia el tema, pero afecta a las democracias, a la integración regional, a la soberanía cultural de las naciones.

Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear un frente común contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El problema es el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la consiguiente amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria polémica que debemos establecer con sus órganos de difusión y comercialización de la lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice al nuevo director del Instituto Cervantes y ex presidente de la Real Academia: «¡Ocúpese de América!», nosotros conocemos bien la naturaleza profunda de esa ocupación.

España, por lo demás, tiene todo el derecho del mundo a tener una política de Estado en relación a la lengua; lo insólito es que nuestro país no la tenga, cediéndole el «derecho a disfrutar bienes ajenos con la obligación de conservarlos, salvo que la ley autorice otra cosa», según define «usufructo» el Diccionario de la RAE, al que le rendimos este pequeño tributo, apelando a sus propias definiciones.

V

El Cervantes, organismos como Fundéu (Fundación para el español urgente), y las expresiones y acuerdos de colaboración con las Academias Nacionales de la lengua, suelen indicar explícitamente el patrocinio de empresas e instituciones que las promueven: Iberia, BBVA, Banco Santander, Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español, etc. Los efectos de esta ofensiva de dominio sobre la lengua son vastísimos y de compleja delimitación. Nos interesa destacar aquí, preliminarmente, el modo en que se han ido obstaculizando las vías de comunicación, encuentro e intercambio latinoamericano. Las corporaciones de medios y los monopolios editoriales en combinación con las instituciones y organismos de control de la lengua produjeron un creciente aislamiento cultural entre nuestros países, sólo revisado en el plano político, social y económico por los proyectos de integración regional (Unasur, Mercosur, Alba), pero no suficientemente interrogado en el plano cultural. Hasta la década del ’70, en el período inmediatamente anterior a la generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región, la literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”, acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos cuya medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de distribución o comercialización del libro, sino al campo de la lengua misma, a sus procedimientos y construcciones poéticas. Los lectores argentinos, no requeridos de esa abstracción de mercado que se presenta bajo la fórmula “español neutro”, incorporaron sin dificultad el conjunto de variedades de la lengua e inversamente el idioma de los argentinos fue asimismo recibido y conjugado por lectores mexicanos, cubanos, peruanos, chilenos o colombianos.

Aunque se trata de una especulación no del todo comprobable, si es cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes corporaciones editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que pone en funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El programa de uniformización que está en curso es el correlato concluyente de la naturaleza general normativa y de las corrientes totalizadoras de esta etapa del capitalismo. Aun a pesar de sus pronunciamientos y sermones democratistas, el espíritu neoliberal procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos sobradamente la bestialización económica del programa, sus efectos destructivos de vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre el tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más opaca, resulta el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la lengua. Como en la parábola de la “carta robada”: sus alcances están a la vista y a la vez ocultos.

Lo que es cierto respecto del control corporativo de los medios de comunicación, lo es también en el campo de la producción cultural, en el sector editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente, en la traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o en el amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte enfrentamos la tarea de nombrar los efectos de estas políticas de la lengua, pero también, y sobre todo en condiciones de amenaza latente de restauración neoliberal, la necesidad perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.

VI

Es tiempo, creemos, de sostener el camino de una lengua cosmopolita, a la vez, nacional y regional. Nuestro español, pleno de variedades, modificado en tierras americanas por el contacto con las lenguas indígenas, africanas y de las migraciones europeas, nunca fue un localismo provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia del contacto y no afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como propio. En América Latina se han macerado grandes escrituras al amparo de esa búsqueda: desde el ensayismo del peruano José Carlos Mariátegui, que pensaba que una cultura nacional surgía de la doble apelación al cosmopolitismo y al indigenismo, hasta la antropología del brasileño Gilberto Freyre, que vio en el portugués del Brasil una creación de los esclavos africanos. Pero también desde la lengua mixta y tensa de José María Arguedas, lengua que problematiza la herencia colonial, o el barroco americano de Lezama, definido como lengua de contraconquista, hasta la precisa intervención borgiana. Porque Borges, cuyo peso y búsquedas en estas discusiones son innegables, fue quien marcó el camino de una inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a la vez la desplegó como español universal.

Borges es el Cervantes del siglo XX: esto es, el renovador mayor de la lengua, no sólo para su país natal sino para el conjunto de los hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la sonoridad de la criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría que no se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una respiración, una andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco cuestionables, como su carácter antiplebeyo y sus derivas conservadoras. Pero es el momento de recuperar, con su nombre, una apuesta que toma la suya como inspiración y al mismo tiempo debe modificarla.

Una apuesta, dijimos, a generar un estado de sensibilidad respecto de la lengua, que no se restrinja a una reflexión académica sino que enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se proyecte sobre las grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías comunicacionales y la democratización de la palabra. Una apuesta que por ahora imaginamos doble: la constitución de un foro de debates en el Museo del libro y de la lengua de la Biblioteca Nacional y el impulso a la creación de un Instituto Borges: un ámbito desde el cual producir una composición latinoamericana de estas cuestiones. Una institución que lleve este nombre, como episodio argentino de una política encaminada a la creación de una Asociación Latinoamericana de la lengua, forzosamente deberá considerar su acto de fundación también como un acontecimiento de la lengua, portador de su memoria viva, de su pasado escurridizo y de las adquisiciones que obtiene y puede perder en su camino. Un Instituto Borges puede ser una institución con sus actos de reunión y reconocimiento, pero también una inflexión para mantener la vida propia del horizonte lenguaraz en el que vivimos.

Adhieren :

Irene Agoff / Nelson Agostini / Susana Aguad / Jorge Alemán / Fernando Alfón / Marta Algañaraz / Germán Álvarez / María Teresa Andruetto / Carlos Aprea / Daniel Arias / Ricardo Arondskind / Mario Arteca / Virginia Avendaño / Julián Axat / Alberto Enrique Azcárate / Martín Baigorria / Cristina Banegas / Silvia Battle / Diana Bellessi / Gabriel Bellomo / Facundo Beret / Carlos Bernatek / Emilio Bernini / Esteban Bértola / María del Carmen Bianchi / Alejandra Birgin / Esteban Bitesnik / Jordana Blejmar / Jorge Boccanera / Martín Bonavetti / Karina Bonifatti / José Luis Brés Palacio / Mauro Cabral / Cecilia Calandria / Mario Cámara / Marcelo Campagno / Fernando Gabriel Caniza / Arturo Carrera / Albertina Carri / Claudio Javier Castelli / José Castorina / Bettina Castro / Mariana Casullo / Gisela Catanzaro / Diego Caramés / María Carman / Carlos Carrique / Claudio Javier Castelli / Alejandro Castro / Matias Cereso / Pilar Chargoñia / Soledad Chávez Fajardo / Sergio Chejfec / Gloria Chicote / Luis Chitarroni / Marcelo Cohen / Sara Cohen / Vanina Colagiovanni / Abel Córdoba / Hugo Correa Luna / Ricardo Costa / Maximiliano Crespi / Américo Cristófalo / Rubén Cucuzza / Guillermo David / Daniela de Angelis / Oscar del Barco / Silvia Delfino / José del Valle / Marcelo Díaz / Marta Dillon / Ariel Dilon / Gabriel D’Iorio / Pablo Di Luozzo / Irene Di Matteo / Ángela Di Tullio / Nora Domínguez / Víctor Ducrot / Juan Bautista Duizeide / María Encabo / Andrés Ehrenhaus / Vanina Escales / Ximena Espeche / Liria Evangelista / José Pablo Feimman / Susana Felli / Javier Fernández Miguez / Alejandro Fernández Moujan / Christian Ferrer / Gustavo Ferreyra / Roxana Fitch / Sergio Fombona / Ricardo Forster / Daniel Freidemberg / Silvina Friera / Mariana Gainza / Leila Gándara / Germán García / Gabriela García Cedro / Diana Gamarnik / Jorge Garacotche Canturbe / Laura Gavilán / Juan Gelman / Alicia Genovese / Juan Giani / Mempo Giardinelli / Inés Girola / Horacio González / Mara Glozman / Ezequiel Grimson / Cecilia Guardati / Luis Gusmán / María Inés Grimoldi / Liliana Heer / Sebastián Hernáiz / Liliana Herrero / Flora Hillert / Walter Ianelli / Belén Ianuzzi / Cecilia Incarnato / Pablo Ingberg / Ezequiel Ipar / María Iribarren / Carmen Iriondo / Esmeralda Iturbide / Estela Jajam / Noé Jitrik / Mario Juliano / Lisandro Kahan / Tamara Kamenszain / Pedro Karczmarcyck / Mauricio Kartun / Alejandro Kaufman / Guillermo Korn / Laura Kornfeld / Eduardo Kragelund / Daniel Krupa / Inés Kuguel / Christian Kupchik / Gabriela Krickeberg / Juan Manuel Lacalle / Alicia Lamas / Ernesto Lamas / Luis Fernando Lara / Laura Lattanzi / Daniela Lauría / Juan Laxagueborde / María Lenz / Yanina Leonardi / Gabriel Lerman / Pablo Licheri / Daniel Link / Graciela Litvak / Julio César Livellara / Silvia Lobov/ Miguel Loeb / María Pia López / Alberto López Girondo / Julián López R. / Javier Lorca / Federico Lorenz / José Lovizolo / Silvia Llomovate / Pablo Luzuriaga / Silvia Maldonado / Ricardo Maliandi / Anahí Mallol / Mónica Marciano / Karina Mauro / Alejandro Méndez / Juan Molina y Vedia / Alejandro Montalbán / Alberte Montserrat / Margarita Martínez / Silvio Mattoni / Karina Mauro / Nora Maziotti / Ana Mazzoni / Mauro Miletti / Juan Carlos Moreno Cabrera / Graciela Morgade / Marcelo Moscariello / Mariana Moyano / Vicente Muleiro / Daniel Mundo / Carolina Muzi / Leopoldo Nacht / Ricardo Nacht / Gustavo Nahmías / Viviana Norman / Celia Nusimovich / José María Pallaoro / Dante Palma / Cecilia Palmeiro / Silvia Panebianco / Fernando Peirone / Quique Pessoa / Ricardo Piglia / Pablo Pineau / Agustín Prestifilippo / Nicolás Prividera / Mercedes Pujalte / Alejandro Raiter / Horacio Raña / Carolina Ramallo / Marcelo Rapoport / Héctor Recalde / Gabriel Reches / Roberto Retamoso / Dora Riestra / Eduardo Rinesi / Florencia Rizzo / Sandra Rocaro / Matías Rodeiro / Martín Rodríguez / Esteban Rodríguez Alzueta / Susana Rodríguez Barcia / Carmen Rolandelli / Emilio Rollié / Laura Rosato / Eduardo Rubinschik / Alejandro Rubio / Sebastián Russo / Andrés Saab / Guillermo Saavedra / Florencia Saintout / Gustavo Salerno / Mariana Santangelo / Juan Sasturain / Silvia Schwarzböck / Clara Schor-Landman / Sylvia Schulein / Silvia Senz / Alberto Silva / José L. Slimobich / Perla Sneh / Ricardo Soca / Jaime Sorín / Isabel Steinberg / Eduardo Stupía / Daniel Suárez / Ximena Talento / Diego Tatián / Marcelo Topuzian / Javier Trímboli / Hugo Trinchero / Pablo Usabiaga / Horacio Verbitsky / Washington Uranga / Lía Varela / María Celia Vázquez / Miguel Vedda / Aníbal Viguera / Ernesto Villanueva / Miguel Vitagliano / Miguel Wald / Adriana Yoel / Patricio Zunini

Nº1 "Soberanía Idiomática": Diccionario de americanismo.


por Luis Fernando Lara

Para todo lector un diccionario sirve, ante todo, para facilitar la comprensión de voces que desconoce o cuyo significado, al menos, le resulta oscuro. De ahí que tengan utilidad obras en las que se ofrece una glosa aproximada del significado o una breve definición, siempre que el acervo de vocablos que contenga sea suficientemente amplio. El Diccionario de americanismos cumple con esta necesidad de sus lectores en la medida en que logra reunir cerca de 55 000 artículos correspondientes a palabras registradas, primero, en el acervo histórico de la Real Academia Española —28 000, según afirma su introducción—; después, en «casi 150 diccionarios de americanismos —generales y nacionales— publicados desde 1975 a la fecha» y otros más todavía inéditos, y también ofreciendo pequeños textos definitorios que ayudan a la comprensión de los significados.

Hace por lo menos medio siglo que varios filólogos y lingüistas hemos venido poniendo en cuestión el sentido de una obra de esta clase. Cuestionamos el planteamiento diferencial que lo sustenta, en cuanto supone que el vocabulario del «español general» corresponde, en su mayor parte, al peninsular, y dentro de éste, al que los diccionarios de la Academia Española han venido reuniendo desde hace tres siglos, en tanto que los americanismos —como también los andalucismos, murcianismos, canarismos, etc.— solo pueden constituir un vocabulario periférico, todavía marcado en muchos lugares de España e Hispanoamérica como proclive al barbarismo y siempre objeto de necesaria corrección. Si cuando se elaboró el Diccionario de autoridades, entre 1713 y 1729, no se hacía diferencia entre el vocabulario utilizado en América por peninsulares aclimatados en América, criollos y mestizos, y el utilizado por españoles en la Península, la concepción colonialista que introdujeron los borbones desde Francia, el correspondiente centralismo de Madrid y la extrema dificultad española —que persiste en gran parte de su público— para hacerse cargo de la extensión del ámbito americano y conocer su variedad cultural fueron perfilando una clara ideología, según la cual la metrópoli colonial se distingue de su periferia, tanto peninsular como americana, y, en consecuencia, las variedades del español en América solo pueden tomarse en cuenta por su particularismo, su pintoresquismo o su exotismo. De ahí que el «español general» preconizado por la Academia Española y sus satélites americanas no sea otra cosa que la manifestación de esa ideología. No se podrá hablar, objetiva y documentadamente, de un «español general» mientras no haya estudios descriptivos profundos de la realidad de la lengua española en los 20 países que la tienen como lengua nacional, estudios que las Academias no se han planteado llevar a cabo y cuya necesidad ni siquiera parecen reconocer; mientras tales estudios no existan, no se puede proceder a una comparación entre todas las variedades —incluidas, por supuesto, las de España— que permitan deslindar un «español general» o «común» o «internacional», respecto del cual se reconozcan los particularismos de cada dialecto, incluidos, por supuesto, los españolismos, que claramente existen, y aquellos cuya difusión pueda realmente ser atribuida a toda América o a amplias regiones históricas americanas, que sería el caso de los americanismos.

López Morales dio a conocer en el opúsculo Diccionario académico de americanismos la «Presentación y planta del proyecto». En ella define el Diccionario de americanismos (DA) como un «diccionario dialectal —el español de América [el subrayado es mío]— y diferencial con respecto al español de España» (p. 70); de él se excluyen «términos que, aunque nacidos en América, se usen habitualmente en el español europeo (chocolate, canoa, tomate, etc.)».

El DA se presenta también como un diccionario descriptivo, en el sentido de no ser normativo. La Academia Española, en efecto, ha venido derivando de su normativismo histórico a un descriptivismo —acerca de cuyas características no parece haber reflexionado— que causa bastante confusión en una comunidad hispánica malacostumbrada al dictado académico. Como sucede con todos los diccionarios de la Real Academia, sus datos no son fruto de investigaciones amplias y rigurosas del léxico hispánico; si se piensa que los 28 000 vocablos del acervo madrileño se han venido reuniendo desde hace trescientos años, y los que provengan de los «casi 150» diccionarios consultados tienen características muy heterogéneas en cuanto a extensión, planteamiento, calidad y actualidad, es imposible considerar que se trate, en efecto, de un diccionario descriptivo, independientemente de su utilidad.

Llama la atención el modo en que su anormativismo —que sería la designación más exacta, en vez de descriptivismo— se relaciona con una extraña concepción de lo usual, definido explícitamente en relación con la frecuencia de uso de los vocablos:

Este Diccionario es usual, por lo que recoge términos —sea cual sea su significado— con gran frecuencia de uso manejados en la actualidad; también otros cuya frecuencia de uso es baja, más los que han sido atestiguados como obsolescentes […] Sin embargo, la colecta […] ha tenido que ser selectiva, dado el espacio limitado del que se disponía (p. xxxii).

Es claro que «frecuencia de uso» tiene para el DA y su director dos significados: por un lado, en lo que se refiere a la nomenclatura —o lemario, como les gusta decir a los lexicógrafos españoles—, esta debe haberse compuesto mediante una selección de datos del acervo madrileño, los diccionarios de americanismos consultados y algunas opiniones de informantes selectos en cada país hispanoamericano, que definieron su «actualidad»; la inclusión de voces «obsolescentes» contradice también ese criterio de frecuencia; por el otro, en lo que se refiere al orden de las acepciones de cada palabra, según explica López Morales en la página 80 de la «Presentación y planta»: «La frecuencia se medirá atendiendo a las cifras de hispanohablantes (no de habitantes)» de cada país americano; por la cual México, Colombia y Argentina definen lo más usual de las acepciones. Es decir, cualquier acepción de un vocablo, si se registra en México, aunque sea poco frecuente en este país, predominará sobre el resto de las acepciones de los vocablos. Una extraña multiplicación: una acepción poco frecuente en México, multiplicada por el número de sus hablantes, la vuelve más usual que cualquier acepción muy frecuente en Cuba o en El Salvador, por ejemplo. Además de que su criterio de la frecuencia es totalmente peregrino, los autores del DA no se han dado por enterados de la diferencia entre frecuencia y dispersión, un criterio elemental de la estadística lingüística: es más usual un vocablo muy usado en toda Cuba —mejor disperso—, que un vocablo apenas usado en alguna región de México —poco frecuente y mal disperso—. Sin embargo, cuando se trata de las marcas de uso regional o diatópico en cada artículo, se listan de norte a sur para «facilitar la observación de las correspondientes isoglosas léxicas»: desde los Estados Unidos de América hasta Argentina y Chile.

Así, el DA obedece a una caprichosa mezcla de objetivos y de criterios, disfrazada de razonamiento lingüístico riguroso. Si predominara el criterio legítimo de la frecuencia, la nomenclatura habría resultado muy diferente, y, cuando se trata de las acepciones de los vocablos, una agrupación por frecuencia da al traste con cualquier arreglo que permita facilitar el reconocimiento de isoglosas léxicas, pues todo orden basado en la mera frecuencia —y menos con esa idea de la frecuencia— da lugar a una extrema aleatoriedad en la comprensión de los significados. Así, por ejemplo, a danzón se le asigna como primera acepción una mexicana: «Música del danzón en compás de dos por cuatro y ritmo lento» (¡bonita circularidad de la definición!) y solo después aparece la cubana: «Baile popular parecido a la habanera»; como todos sabemos, el danzón nació en Cuba y de allí llegó a México, y basta con una buena definición del ritmo, la cadencia y la combinación de compases, unida a la nota de que es parecido a la habanera, para eliminar una acepción imprecisa y redundante, y permitir una isoglosa léxica con sentido, en vez de fragmentar el artículo en dos acepciones, ordenadas de norte a sur. Una isoglosa léxica, es decir, la línea que se puede trazar en un mapa uniendo las zonas en donde se utiliza un vocablo, no se puede restringir al significante de la palabra, sino que tiene que considerar su significado. La posible isoglosa de danzón parece corresponder a toda la cuenca del Caribe —al interior de México llegó por Yucatán— y es un fenómeno cultural más importante de lo que pueda señalar la coincidencia del significante.

Lo primero que llama la atención al abrir el diccionario es la gran cantidad de variantes, derivaciones morfológicas, significados diferentes y locuciones que enlista. Por ejemplo, a partir de arrollar, común en español, se encuentra arrollacalzones, arrollada, arrollado, arrollao. A partir de hablar, se registra hablachento, hablaculo, hablada, habladera, habladero, habladito, hablado, hablador, hablador,-a, hablaera, hablamierda, hablantín, hablantín, -a, hablantina, hablantino, -a, hablantinoso, -a, hablapaja, y 80 locuciones.

Esa riqueza de datos, aunque debe manejarse con una cartesiana duda metódica, hace del DA una obra necesaria en toda biblioteca especializada en el conocimiento de la lengua española, a pesar de sus defectos.

La estructura formal del artículo, su microestructura, sigue las pautas comunes en lexicografía hispánica, por lo que es de fácil lectura. Cada artículo ofrece información de la lengua de procedencia de los vocablos, cuando se trata de orígenes amerindios o no españoles. Los verbos se citan en su forma infinitiva y se señala su funcionamiento sintáctico; de los sustantivos y adjetivos se ofrece su forma canónica masculina, pero seguida de la indicación de su forma femenina cuando la hay (feo, -a). Llama la atención el modo sistemático en que los nombres —sustantivos y adjetivos— dan lugar a entradas homónimas, en que se separa, por ejemplo, movida y movido, -a. Al hacerlo, movida, como sustantivo exclusivamente femenino, se separa de movido, -a que puede ser sustantivo o adjetivo, masculino o femenino. Si se atiende al significado, las acepciones agrupadas bajo I de movida comienzan por un significado mexicano: «Estrategia o maniobra que se realiza para llevar a cabo algún asunto»; sigue «Negocio sucio o ilegal» y solo aparece como tercera acepción «Movimiento que se hace de una cosa» —que sería el significado principal si se considerara una agrupación significativa de las acepciones—, porque se registró en Nicaragua —esta acepción es común en el español y, en consecuencia, tendrían que haberla dejado fuera del diccionario—. Luego aparece una acepción II: «Cita o romance secreto» y en III vuelve «Acción ilegal o inmoral», que debería formar parte de I. La acepción I.1 de movido, -a «Amante, persona con la que alguien tiene relaciones ilícitas o clandestinas» debiera haber formado parte de las acepciones de movida, y no corresponde al resto de las acepciones listadas bajo esta entrada, también dignas de consideración a partir del significado de mover. ¿No habría sido más correcto, semánticamente hablando, hacer un solo artículo movido, -a y englobarlas todas? En particular, la acepción I.1 de movido, -a atribuida a México hace suponer que un amante masculino es un movido, lo cual es falso. Este tipo de organización homonímica produce extrañamiento y muchas dudas: hablador en Costa Rica se glosa como «Habladera, palabrería»; hablador, -ra, como «Mentiroso», se registra entre otros países, también en Costa Rica. No se ve cuál habrá sido el criterio para dividir en dos homónimos.

Las acepciones se agrupan con números romanos, para mostrar la cercanía de sus significados, aunque el criterio de frecuencia los desorganice, y después con arábigos, para separarlas una por una. Cuando solo hay una acepción, parece inútil asignarle un número, lo cual consume espacio y da a la página un abigarramiento innecesario. No hay ejemplos, lo cual es un grave defecto de este diccionario, pues si ya es difícil imaginar en qué condiciones semánticas se pronuncian o se escriben los vocablos, dadas las grandes diferencias dialectales del mundo hispánico, al no haber ejemplos, el interés por comprender adecuadamente los significados de los vocablos y sus usos se ve completamente contrariado.

Para ilustrar el valor del DA haré una somera comparación entre lo que registra este diccionario y lo que registra el Diccionario de argentinismos, coordinado por Claudio Chuchuy para la colección del Nuevo diccionario de americanismos, dirigida por Günther Haensch y Reinhold Werner desde Augsburgo, al comienzo en colaboración con el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, pero posteriormente adoptada por la Editorial Gredos de Madrid como Diccionarios contrastivos del español de América, cambiándoles el nombre y falseando el título, pues ahora el Diccionario de argentinismos (DArg) se nombra equívocamente Diccionario del español de Argentina (2000), a pesar de que no se trata de un diccionario integral del español de Argentina, como lo es el publicado por la editorial Voz Activa de Buenos Aires en 2008.

No hay duda de que han tomado en cuenta el DArg, aunque a veces sin consideración de los registros que ofrece y generalmente abreviando la información; así por ejemplo, en relajar, el significado «Causarle empalago a alguien un alimento o una bebida» no lo registra el DA en Argentina, aunque sí en Bolivia, si es que «Producir hartazgo un alimento o una bebida» es solo una formulación diferente del mismo significado; el significado argentino de «Hacer objeto a alguien de bromas o burla» (acepción II) tampoco aparece, aunque lo registra en Uruguay «Insultar, criticar o reprender duramente a alguien». No encuentro la razón para que, si el DArg ofrece una documentación, generalmente mucho más detallada en cuanto a registros dialectales y de nivel de lengua, no se integre al DA. Las diferencias en las definiciones de los significados pueden obedecer a interpretaciones diferentes de los lexicógrafos de ambos diccionarios. ¿Se puede pensar que, cuando el DA modifica su definición, lleva implícita una revisión crítica de la definición del DArg? En suri refiere a ñandú, en ñandú la descripción se abrevia —la paradoja del orden de países en el artículo lexicográfico: en México, los únicos ñandús que se conocen están en el zoológico o los vemos en algún documental; sin embargo, la marca Mx preside la definición—; luego agrega «Ar.no “hombre cubierto de plumas y colgantes que en las fiestas religiosas danza ante las imágenes en las procesiones”», e igualmente «Que no tiene dinero», acepciones que no registra el DArg; en cambio, el DA no registra el juego infantil «¿Suri me quieres comer?», ni hacer el suri, hacerse el suri. En el artículo de cachulero define «Cosa ordinaria, de mal gusto» y «Persona tosca o poco refinada» pero el DArg es más detallado: «Persona de extracción social humilde, especialmente la que es tosca y tiene poca cultura», y «Una prenda de vestir o un adorno, que revela mal gusto». En cambio, el DA no da aigüé, que registra el DArg, aunque sí ofrece achinado y cachi, que aparecen como voces afines a cachulero en el DArg.

En relación con los supuestos mexicanismos, para los cuales la mejor obra de referencia sigue siendo el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (Porrúa, 1959), llama la atención que registre cabete «Cordón del zapato» en Puerto Rico y no en México, aunque lo incluya el Diccionario de mexicanismos (DM) de la Academia Mexicana (2010). En machincuepa ofrece «Voltereta, pirueta, maroma», un racimo de seudosinónimos, como lo hace el DM. Es una lástima que abrevie la

«Variedad de chile picante, de color rojo ladrillo, que se usa una vez secado con humo», es mejor que la del DA, tan vaga hasta volverla inútil: «Variedad de chile».

Entre la multitud de variantes que ofrece el DA destacan las formadas por variantes gráficas, por ejemplo: güilo, huilo «Tullido» en México y Nicaragua; cuitlacoche, huitlacoche, güitlacoche en México; huille, huilli en Chile; pero muchas otras son variantes festivas de vocablos, cuyo cuño social estable da lugar a dudas. Por ejemplo, registra estuche en Centroamérica como «Ataúd» y aunque señala que es popular, culto, espontáneo y festivo, lleva a uno a preguntarse si se entendería fuera de contextos festivos muy localizados; en cabús, después de su significado mexicano de «Último vagón de un tren de carga para uso de los tripulantes», asienta como metafórico un significado de «Hijo nacido tardíamente»; aquí se trata de un juego espontáneo, del cual no hay constancia de frecuencia de uso, que permita asignar ese significado al vocablo; lo mismo causa dudas estoque, que remite a estocada como «Mal aliento» en El Salvador; en Puerto Rico ¿se dirá estufa normalmente a un automóvil sin aire acondicionado? Jocho como «Hot dog» es una forma desconocida en México, aunque se haya podido decir alguna vez. Toma del DM la entrada dodge, para introducir una locución en dodge patas «A pie», que evidentemente no es una acepción de un vocablo *dodge ¡señalado como marca registrada! El DM ha seguido este procedimiento de manera irracional, y el DA lo sigue (¿o fue al revés?). En otras palabras, su afán de atenerse a lo que hayan registrado sus fuentes, sin ponerlas en tela de juicio, puede haber dado lugar a una verdadera inflación de formas y acepciones cuyo lugar más bien correspondería a estudios acerca de los juegos verbales en el mundo hispánico, en vez de darles cuño social en un diccionario.

El DA requiere una revisión crítica seria, rigurosa y con conocimiento de los métodos y los procedimientos de la lexicografía contemporánea; para los especialistas es una importante fuente de datos; para los lexicógrafos dedicados a elaborar diccionarios bilingües y los traductores a lenguas extranjeras, una obra riesgosa, pues puede inducirlos a atribuir correspondencias entre el español y las otras lenguas que no tienen sustento desde el punto de vista del cuño social de los vocablos registrados; para el público en general, una obra que sorprende por la acumulación de información que ofrece, pero que puede llevarlo a cometer errores de contexto y de cultura, si lo utiliza para dirigirse a hablantes de otros dialectos.

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Bibliografía

Academia Mexicana de la Lengua (2010): Diccionario de mexicanismos. México D.F.: Siglo XXI.

Chuchuy, Claudio, y Laura Hlavacka de Bouzo (coords.) (1993): Nuevo diccionario de argentinismos. Tomo II de la colección Nuevo diccionario de americanismos. Santafé de Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.

López Morales, Humberto (2005): Diccionario académico de americanismos: presentación y planta del proyecto. Buenos Aires: Academia Argentina de Letras.

Santamaría, Francisco J. (1959): Diccionario de mejicanismos. México D.F.: Porrúa.

Nº1 "Soberanía Idiomática": Política del lenguaje y geopolítica


José del Valle: «Política del lenguaje y geopolítica: España, la RAE y la población latina de Estados Unidos»

lunes, 14 de julio de 2014

Nº1 "Soberanía Idiomática": 2003-2010. Lengua, ciudadanía e integración.


Mara Glozman y Daniela Lauria



                 La breve compilación que presentamos en este archivo se propone dar cuenta, a través de los diversos materiales textuales seleccionados, de algunas de las principales problemáticas que atravesaron los discursos sobre la lengua producidos en el período

2003-2010. En términos generales, los textos que componen la selección permiten pen- sar aspectos de la relación entre posiciones sobre la lengua y posicionamientos en torno de otras cuestiones de índole político-social que atraviesan la etapa 2003-2010, en parti- cular, las políticas de inclusión social, la profundización de los procesos de unidad suda- mericana y la centralidad que adquirió en los últimos años la palabra política.

Dos acontecimientos político-lingüísticos y dos cuestiones de índole política más general, con fuertes repercusiones en el plano de la lengua, marcan a nuestro entender el período comprendido entre 2003 y 2010. El primer acontecimiento que merece ser destacado es la realización en el país del III Congreso Internacional de la Lengua Española, cuyo lema fue “Identidad lingüística y globalización”. Realizado en Rosario en 2004, el Congreso fue el resultado de la organización conjunta del Instituto Cervantes y la Real Academia Española, en colaboración con el Gobierno nacional. El discurso con el cual el entonces presidente Néstor Kirchner inauguró el evento expone las tensiones generadas por la necesidad de adecuarse al marco institucional del Congreso y, al mismo tiempo, formular un planteo que anclara la cuestión de la lengua en el proceso político más general por el que comenzaba a transitar el país. Pensado como una acción contrahegemónica, frente a aquel Congreso oficial de la lengua se organizó –también en Rosario– el Congreso de laS lenguaS, cuyo programa expresó una concepción de nación basada en el multilingüismo como principio político-cultural.

El segundo de los acontecimientos es la publicación en el país de dos importantes diccionarios monolingües, instrumentos lingüísticos que responden, en gran medida, a requerimientos y a dinámicas institucionales diferentes. El Diccionario del habla de los argentinos, publicado en 2003 por la Academia Argentina de Letras, es 1 Los materiales aquí reunidos y organizados constituyen una apostilla a Voces y ecos. Una antología de los debates sobre la lengua nacional (Argentina, 1900-2000) (Cabiria – Colección Oxímoron/Biblioteca Nacional – Colección Libros del Museo, 2012). continuador de aquella tradición lexicográfica que concebía su labor como una tarea de identificación de las particularidades lingüísticas nacionales. Por su parte, el Diccionario integral del español de la Argentina, publicado por la editorial Voz Activa –vinculada con Tinta Fresca, del Grupo Clarín– se presenta, ya desde su título, como una obra que busca dislocar la concepción complementarista que primó en la historia de la producción lexicográfica monolingüe en la Argentina. El modo de confección y la puesta en circulación de este instrumento lingüístico y pedagógico dan cuenta, por otra parte, del grado de intervención de las grandes empresas mediáticas actuales en las cuestiones relativas a la regulación lingüística.

Los restantes materiales textuales remiten a dos problemáticas que ponen en juego, quizá aun con mayor profundidad, concepciones políticas y proyectos de país. Los textos de Horacio González (2005) y de Elvira Arnoux (2010) formulan planteos acerca de las nuevas realidades de contacto lingüístico e intercambio político-cultural producidas por los procesos de integración latinoamericana y de globalización. El texto de González introduce una reflexión sobre la relación entre la cuestión de la lengua y la política internacional norteamericana en general, y hacia América Latina en particular. Por su parte, el texto de Arnoux hace hincapié en las políticas de expansión de la ciudadanía en el marco de los procesos de integración sudamericana, proceso que tendría entre sus requerimientos la puesta en marcha de políticas de promoción de un bilingüismo efectivo entre Argentina y Brasil. De esta manera, ambos proponen lecturas alternativas tanto frente a aquellas posiciones que propugnan la hegemonía del inglés como frente a aquellos discursos que legitiman el avance internacional de las instituciones culturales españolas.

Finalmente, la selección de materiales recoge dos textos, publicados en 2010, en los cuales se ponen de manifiesto posiciones abiertamente confrontadas en torno de la relación entre lengua e inclusión social. Se trata de formulaciones enunciadas desde lugares institucionales y con propósitos marcadamente diferentes: por un lado, la entrevista realizada por la revista Ñ a Pedro Luis Barcia –por entonces presidente de la Academia Argentina de Letras– y, por el otro, la respuesta a Barcia que publica la lingüista Laura Kornfeld en Página 12.
Academia Argentina de Letras 2003. Diccionario del habla de los argentinos. Buenos Aires, Espasa (fragmentos de la Presentación a cargo del presidente de la institución Pedro Luis Barcia, pp. 65-74).

Los antecedentes

Este es el primer Diccionario corporativo que publica la Academia Argentina de Letras. Como todo en nuestro mundo, tiene una historia de gestación, y este fruto viene de antiguas semillas. Recordemos brevemente estos antecedentes. Ello interesa porque ratifica la idea de continuidad y coherencia de la Corporación en sus labores.

El material en torno a cuestiones lexicográficas considerado en las sesiones académicas –proveniente de consultas de la Real Academia Española, de instituciones argentinas, de público en general o de la iniciativa del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas– se fue agavillando en los tomos llamados Acuerdos acerca del idioma, cuya secuencia alcanzó la docena de volúmenes, que comprenden lo trabajado desde 1931 hasta 1990. (…)

Se trabajó, desde 1990, sobre los argentinismos contenidos en el DRAE (1984), para mejorar la representación del léxico argentino en la próxima edición de 1992, según la oportuna solicitud que hizo la RAE. Se aprovechó, entonces, la labor para definir algunos términos y acepciones corrientes en nuestro país, y proponerlos para su inclusión en el DRAE. Con todo ello y algunos aportes más, se editó en 1994 una obrita que se denomino Registro del habla de los argentinos, trabajo que fue considerado como “un primer instrumento en pos de un diccionario de nuestra habla” (Buenos Aires, AAL, 1994, p. 2), y se constituyó este libro en “el fundamento para otra obra de mayor envergadura”. Al año siguiente, se publicó una segunda edición aumentada del Registro. En 1997, apareció una tercera, acrecida con un medio millar de voces. En esta ocasión, se avanzó en la consideración de vocablos de uso corriente entre nosotros, pero que no formaban parte de los repertorios usuales de argentinismos. En su totalidad, la edición del Registro de 1997 contuvo algo más de 3400 acepciones de uso en la Argentina.

A partir de esta obra, la Academia pensó que era el momento de proponerse la elaboración de un Diccionario, pues se disponía de un rico fichero de voces, de medio millar de ellas con acuerdos académicos y de una obra que recogía un ponderable conjunto de materiales aprovechables para un proyecto de más vasto alcance. Por lo demás, la motivación y el estímulo, anímico y crematístico (…) siempre presentes en las sugerencias de la Asociación de Academias de la Lengua Española y en las de la Real Academia Española (…) operaron para que las Academias nos aplicáramos a proyectos léxicos que contribuyeran al interés común panhispánico (…).

En diciembre de 2000, la Institución aprobó la planta para el lexicón, presentada por el Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas. Entonces la Comisión del Habla de los Argentinos se aplicó fundamentalmente a este proyecto. Se trabajó a partir de una triple fuente: el Registro, las palabras ya procesadas y las que están en proceso en dicho Departamento y las propuestas de los propios integrantes de la Comisión. (…)

El título y sus alcances

A esta obra colectiva la hemos denominado Diccionario del habla de los argentinos (DIHA), con lo que mantenemos una denominación justificada que en la Academia tiene una antigüedad de casi un cuarto de siglo. Aclaremos, inicialmente, el sentido y alcance del título adoptado. En primer lugar, no se trata de un diccionario de uso del español en la Argentina, porque hemos excluido de él, precisamente, los vocablos de acepción común con la Península, a partir de lo registrado en el DRAE. En cambio, hemos incluido todos aquellos que en España se usan con otras acepciones, o aquellos pocos arcaísmos, en desuso español, que nosotros preservamos en el uso cotidiano. En segundo lugar, no se trata de un Diccionario de argentinismos, en el sentido de una obra que incluya vocablos de uso privativo de nuestro país. Esta óptica respondió, con cierta ingenuidad lingüística, a una actitud un tanto apartadiza y de estrecho enfoque nacionalista que, por momentos, primó en varios países hispanoamericanos. Se trataba, entonces, de acentuar con fuerza lo propio y distintivo frente a lo general común, en todos los terrenos culturales, la lengua en primerísimo lugar. En la Argentina, se dieron épocas en que primó esta tendencia. (…)

Pues bien, nuestro diccionario académico busca registrar lo que el DRAE define como: “Locución, giro o modo de hablar propio de los argentinos”. Sí, pero no de modo excluyente. Muchos de los vocablos de manejo corriente entre nosotros son americanismos de uso común con otros países hispanoamericanos. (…)

Kirchner, Néstor 2004. Discurso de inauguración del III Congreso Internacional de la Lengua española, Rosario, 2004. Publicado en línea: http://congresosdelalen- gua.es/rosario/inauguracion/kirchner_n.htm.

(…) En representación del Gobierno y en nombre del pueblo argentino quiero darles la más cálida bienvenida a este III Congreso Internacional de la Lengua Española y a esta hermosa y querida ciudad de Rosario.

Muy en particular quiero saludar a Don Juan Carlos y a Doña Sofía, Reyes de Espa- ña y amigos de Argentina. Quiero destacar también a tantas y tan distinguidas personali- dades del mundo hispanohablante que se han dado cita en este lugar.

Deseo agradecer la importante tarea de la Comisión Ejecutiva y destacar este evento por la colaboración de los Estados y las empresas y particulares que han participado en su realización. Verdaderamente, la Real Academia Española, la Federación de Acade- mias de Lengua Española, la Academia Argentina de Letras y el Instituto Cervantes es- tán cumpliendo una función central que estos congresos tienen ante sí, cual es la de avi- var la conciencia de la existencia de una corresponsabilidad de gobiernos, instituciones y personas en la promoción y mantenimiento de una unidad esencial de nuestra lengua.

Nosotros estamos en una verdadera tarea de reconstrucción, no sólo de recuperar la capacidad de producir, que mejora los indicadores económicos y sociales, sino también de la dignidad y memoria histórica; podemos dar fe de la importancia y la necesidad de la afirmación de la identidad de un pueblo.

Mucho de la tarea que nos preocupa a los argentinos pasa por elevar nuestra autoes - tima; volver a creer en nuestra capacidad de crear, de construir, de recuperar, de revalo- rizar nuestra fe, nuestra laboriosidad y nuestra constancia, que constituyen cuestiones claves para motorizar el crecimiento que hoy nos tiene por protagonistas.

La afirmación de la identidad de un pueblo como el nuestro necesita poner lo cultu - ral como centro y en el centro de nuestra cultura está nuestra lengua. Que se reflexione respecto de las implicancias que la globalización pueda tener en la identidad lingüística, como sugiere el lema de este Congreso de Rosario, puede ser muy útil para prevenir ma- les futuros. Será útil también que se dedique tiempo y esfuerzo al estudio de las graves consecuencias que la exclusión, el hambre y la pobreza, que afectan a muchos de los países de habla hispanoamericana, tienen en lo que respecta al uso de la lengua y al ac - ceso a la educación y a los bienes culturales que ella posibilita en esta época de globali- zación.

En medio de esa globalización que achica distancias y que en la década pasada en nuestra patria, lamentablemente, fue sinónimo de apertura indiscriminada de la econo- mía, desvalorización de lo local e incremento de las desigualdades sociales, la esperanza está en la revalorización de lo propio. Allí es donde cobra especial importancia el con - cepto de la identidad lingüística: la lengua atesora una tradición y una memoria que ha - bilita la comunicación como fundamento de los consensos básicos requeridos por la au - téntica vida en democracia y establece lazos para la más efectiva integración de los pue- blos.

Pero esa identidad no tiene que ser una cerrazón que impida el diálogo intercultural; estaría América negando su condición e ignorando lo indígena y su riqueza lingüística. El paisaje latino es hoy una policromía que cuenta con mestizaje de etnias, de costum - bres y de lenguas en su modo de ser. Nuestra literatura expresa de modo palpable toda esa riqueza y corresponde que deje entonces a los escritores, a los profesores, a los lin- güistas y participantes en general en este Congreso, la tarea de explorar los esbozos de ideas que me atrevo a expresar desde la humilde condición que me ubica para la inaugu- ración del evento.

En definitiva, el centro de mi vocación no está en el estudio de la lengua sino en la política, y ubico en el nudo de la política, de esa actividad noble que debe ser la política con mayúsculas, el poder encontrar los medios prácticos de concretar con transparencia las ideas que puedan ayudar a la obtención del bien común.

Nuestro Gobierno tiene entre sus metas centrales la inclusión, la igualdad y la justi- cia social. El reconocimiento de la diversidad de realidades, de experiencias, de territo - rios y culturas, las diferencias y alteridades que enriquecen nuestras sociedades son va- lores que respetamos y queremos preservar. Ello no es un obstáculo para que reconozca- mos el valor y el poder de nuestra propia identidad, y en ese lugar cobra valor lo que se pueda hacer por defender la identidad de nuestra lengua en esta verdadera sociedad de la información. Saldar brechas internas, evitar la fragmentación, bien puede ser el trabajo de la identidad cultural que traduce nuestra lengua. (…)

Doy de esta manera formal inicio a la sesión inaugural de este III Congreso Interna - cional de la Lengua Española. Y hoy, a pesar de sus dificultades y retrasos, a pesar del largo camino que le queda por recorrer hacia su desarrollo, lacerada por la exclusión y la desigualdad, América está pletórica de esperanzas y da calor a nuestros sueños de cambio; hoy es un buen día para que realicen vuestro trabajo.
Muchas gracias.
Primera Circular del I Congreso de LaS LenguaS “Por el reconocimiento de una Iberoamérica pluricultural y multilingüe”. Rosario (Argentina), 2004. Publicado en línea: http://www.congresodelaslenguas.org/Noticias_1er_Congreso.html.

La palabra “idioma” proviene del griego IDEOS y significa “lo propio”, de allí su vinculación con “ideología”, “idiosincrasia”, etc. En tal sentido no hay nada más importante y constitutivo de la identidad que la propia lengua, lengua que, siendo un componente más del sistema cultural de cada pueblo, ocupa, sin embargo, un papel privilegiado por su capacidad de simbolizar, interpretar, construir y comunicar no sólo las demás expresiones culturales sino el entramado de la dinámica social. Así podemos decir que, hablando de derechos, nos surge como uno de los derechos humanos por antonomasia la autodeterminación lingüística, derecho que, pese a haber sido largamente reclamado, no encuentra aún un auténtico reconocimiento. Los únicos dueños de una lengua son los hablantes, que no necesitan de academias o instituciones que, apropiándose de la palabra, impongan las normas del “correcto decir”.

Iberoamérica es, como todo el mundo, un ámbito pluricultural y multilingüe, un espacio crucial de la diferencia, donde la otredad es la razón de ser de la identidad y la diversidad, la fuente creativa del desarrollo cultural. Como sostiene Fernández Retamar (...) no es la “pureza” sino el mestizaje la razón de ser de cada pueblo. Porque toda cultura es una intercultura y toda lengua un vehículo vivo de comunicación es que será en la interacción y no en el enquistamiento que se entablará un diálogo fructífero entre los pueblos. El intento de homogeneización que implica el hecho de borrar las características particulares de cada pueblo, que muchas veces ha usado a la lengua como herramienta de poder, no ha impedido reafianzar estrategias identitarias que permiten seguir siendo uno, en relación con los otros.

Constituyen un ejemplo de esto la vitalidad de muchas de las lenguas aborígenes que luego de 500 años, siguen vigentes, pese a la violencia y marginación a las que han sido sometidas. Si en este contexto de intercambio lingüístico y cultural constitutivo y permanente, nos preocupáramos por la relación de las lenguas y la globalización (como lo propone la Real Academia Española para su III Congreso de la Lengua) deberíamos preguntarnos a qué globalización se hace referencia. Tomando como ejemplo el castellano, fue un fenómeno sin duda de globalización el que se puso en juego en la Península Ibérica al convertirlo en lengua nacional haciendo que el catalán, el gallego y el vasco tuvieran que luchar denodadamente por su reconocimiento. Otra imposición fue la que tuvo lugar, de la mano de la cruz y de la espada, en nuestra América. La pluralidad lingüística y cultural, lejos de ser un enemigo a combatir, posibilita compartir y construir conocimientos. Éste es uno de los objetivos del Primer Congreso de laS LenguaS en el que, a partir del diálogo entre diversas culturas e idiomas, pretendemos superar el estigma de Babel para que la diferencia no sea sinónimo de destrucción e incomunicación. Arquitectos de un nuevo quehacer, no deseamos encerrarnos en un claustro para decidir lo que no nos compete, sino generar un espacio de discusión y debate en sobre las problemáticas del lenguaje y la diversidad lingüístico-cultural. Es por esto que se han adoptado como formas de participación diferentes estrategias expresivas que, a lo largo del año, irán teniendo lugar en la ciudad de Rosario. No faltarán, así, las intervenciones artísticas urbanas, las muestras de artes plásticas, manifestaciones teatrales, conciertos, conferencias, mesas de debate, talleres de capacitación y discusión, homenajes a proyectos culturales destacados de la historia de la educación y propuestas de investigación en todos los niveles educativos y en los diferentes ámbitos comprometidos en forma general o particular con la adquisición y uso del lenguaje.

El desarrollo del Congreso propiamente dicho tendrá lugar en el mes de noviembre. Los ejes definidos para la discusión que podrán ser ampliados en función de los intereses de los participantes, son los siguientes: lenguas e identidad (individual, social y étnica), lenguas y educación, lenguas y género, lenguas e historia y sociedad, lenguas y medios de comunicación, lenguas y expresiones artísticas, lenguas y políticas estatales.
González, Horacio 2004. “El águila americana no habla spanglish”, en Lezama, número 3, junio de 2004, pp. 72-75.

Simplón, y con un racismo que planea no del todo suavecito, Huntington propone un programa ultraconservador de economías lingüísticas que vuelvan a reponer la alianza entre lengua dominante cultural y ejércitos de expansión. Horacio González le responde a la eminencia USA encuadrando el tema en un largo debate que tiene sus especificidades en los Estados Unidos pero que en América Latina tiene una fértil historia. (…)

No te mezcles con esa gente

El debate sobre la “mezcla cultural” ocupó buena parte de la imaginación política latinoamericana a principios del siglo XX. En Conflicto y armonía de razas en América, Sarmiento había lanzado el anatema contra la mezcla y la hibridación, como causante de los males de nuestros países. La veía culpable, incluso, de los desmembramientos del Virreynato del Río de la Plata por el peso de sucesivas insurrecciones étnicas. Llamaba a parecerse a los Estados Unidos (Huntington no hubiera encontrado defecto en estos póstumos ensayos sarmientinos) pues allí se ponía en práctica lo que denominaba la “ley de Moisés”, pero avalada por la moderna “ciencia positiva”: es decir, no mezclarse. Cuáqueros y otras corrientes religiosas norteamericanas, aunque le parecían demasiado enfáticas, trazaban sin embargo el camino.

La convicción de que los ideales de mezcla no favorecían una “raza fuerte” (incluso política y socialmente fuerte en el caso de los campesinados indígenas sometidos por la conquista española), aparece también en el sutil José Carlos Mariátegui, que indujo a una interpretación de izquierda de la cuestión, al proclamar que debía preferirse el sustento político de los indígenas peruanos menos mixturados de la sierra, al de los más cercanos a la costa, lógicamente expuestos a amalgamas culturales confusas.

Una solución diferente había propuesto Alberdi en sus Bases, a mediados del siglo XIX, pues si bien allí defendía las culturas de mezcla, poniendo como ejemplo al pueblo inglés, “mil veces conquistado”, dejaba claro que había pueblos inferiores, y que ninguna señorita de buena familia desearía casarse con un indio adorador del dios Pillán.

El concepto de raza inferior no lo emplea Huntington, pero lo deja flotar como un vil espectro en todos sus escritos. La fuerza idiomática expansiva que ve en el español es una metáfora irónica para aludir a lo que verdaderamente interesa, prevenir sobre una inversión de valores por la vía del spanglish, de los fuertes reductos hispanoparlantes y de las decisiones culturales recalcitrantes, como preferir el nombre de José para los hijos, en vez de Michael, un poco a la inversa de lo que ocurre en ciudades periféricas como Buenos Aires, en donde en las calles y plazas públicas se escucha muchas madres porteñas nombrar a sus Jonathan o a sus Jennifer.

La lengua y el Rey

Las geopolíticas idiomáticas que tanto preocupan ahora al Rey de España y a las telefónicas de ese país, originan congresos de la lengua de clara intención económico- lingüística, muy lejanamente emparentadas con los grandes debates sobre el “idioma nacional de los argentinos”, que desde el joven Alberdi hasta Borges y desde Roberto Arlt a María Elena Walsh, llevó permanentemente a la pregunta sobre cómo mantener un sujeto autónomo y emancipado en una cultura en movimiento, que no resignara bajo condiciones de degradación sus primicias idiomáticas, ni dejara de recrearlas permanentemente a través de adquisiciones plenas de sentido.

Huntington no desea un debate a la Walt Whitman o a la Jack Kerouac sobre la creación simultánea de una dimensión íntima y colectiva a través de las poéticas de la lengua popular realmente en uso. Su culturalismo de derecha propone un programa ultraconservador de economías lingüísticas que vuelven a reponer la alianza entre lengua dominante cultural y ejércitos de expansión. Lo hace con textos insinuantes, totalmente prisioneros de retóricas menores, sociologismos ingeniosos que encuentran en las cosas sólo lo que previamente han colocado allí.

Hace más de un siglo Ernest Renan convocó a despojar las identidades nacionales de lo que denominó la “razón etnográfica”, es decir, la asociación entre la idea nacional y los motivos religiosos, culturales o raciales. Las guerras y las luchas interculturales, decía, fundan las naciones sobre la base de la sangre y la masacre. El modo moderno de que las naciones prosperen en la paz, concluía, solo puede obtenerse con una delicada dialéctica entre la memoria de sus fastos y el olvido de sus matanzas.

Quizá un nuevo tiempo de justicia (en los pueblos, en las culturas y por lo tanto también en los usos idiomáticos) exija no tanto un descompromiso entre cultura nacional y política, sino un replanteo de las razones por las cuales una y otra esfera pueden engrandecerse y realimentar nuevas ideas de igualitarismo, lúcidas en su diversidad y sin pérdida de brillo en sus procesos de mezcla.

Moure, José Luis 2008. “Prólogo”, en Federico Plager 2008. Diccionario integral del español de la Argentina. Buenos Aires, Tinta Fresca – Voz Activa” (fragmentos del Prólogo, pp. 5-8).

Se han cumplido holgadamente los quinientos años de la conquista española de América. Más allá de toda razonable consideración histórica, económica, antropológica o social, ese hecho determinó otro que tiene la contundencia de lo evidente: con las ca - rabelas llegó a la tierra nueva un idioma, que se expandió por ella en boca de los recién llegados y de quienes los sucederían en las siguientes oleadas inmigrantes. Provenían de variadas regiones españolas; los había marineros, soldados, clérigos, profesionales, co- merciantes y aventureros de toda condición, y aunque poseían las pronunciaciones, los acentos y los vocablos propios de sus lugares de origen, no tenían otro referente lingüís- tico compartido sino el que alguna vez había sido la lengua de la primitiva Castilla, for- zosamente adaptada a las realidades de la geografía ganada en la empresa de la Recon - quista a lo largo de siglos, al contacto con dialectos diferentes y a las inevitables interfe - rencias y nivelaciones lingüísticas que conlleva todo proceso de esa índole. Por encima de esa diversidad y poniéndole límites, al menos formales, estaba la norma prestigiosa que emanaba de Toledo (más tarde sería Madrid), y a la que se sometían la gramática, la ortografía y el deseable decir de todos, conformando lo que hoy suele denominarse len- gua estándar, es decir la variedad general, prestigiosa y aceptada, la que Nebrija fijó en una gramática, la que se enseñaba e imponía en las escuelas, aquella en la que se escri- bía y se expresaba la administración, la ciencia y la literatura. Dos largos siglos después, ya bien asentados la ocupación y el dominio político sobre los extensos territorios ame - ricanos, la fundación de la Real Academia de la Lengua (1713) vendría a consolidar la codificación lingüística y el imperio de esa norma única. (…)

Pero la historia de toda lengua no es sino el conflicto, latente o desembozado, entre lo que las instituciones establecen y lo que los hablantes terminan haciendo de ella. En verdad, la lengua puede concebirse como un mecanismo en equilibrio inestable, que se va configurando distintamente a lo largo del tiempo y de la geografía. La evidencia his- tórica enseña también que de manera inexorable cada lengua varía en el tiempo y en el espacio, y que la variación se manifiesta también en un mismo tiempo y lugar diferen - ciándose al menos según la edad y el estrato social de los hablantes, pero también según el sexo, la profesión u oficio, la situación comunicativa, etc.

El español, extendido por el inmenso continente nuevo, no pudo impedir el cumpli- miento de esos condicionamientos incesantes, y circunstancias de muy diverso carácter (distintas geografías, mayor o menor distancia y comunicación con los centros virreina- les, donde los usos lingüísticos querían y podían ser más celosamente controlados, dife - rente grado de contacto y convivencia con las numerosas lenguas indígenas, diversidad de conformación del entramado social, etc.) incrementaron en el idioma aquella hetero- geneidad ya propiamente americana, a la que el siglo XIX vino a sumar las irreversibles consecuencias de las luchas independentistas y el nacimiento de una pluralidad de nue- vas naciones.

Sin embargo, y salvo en las concepciones teóricas más radicales de algunos miem- bros de la generación argentina de 1837, el espíritu revolucionario que impregnó los movimientos americanistas no abogó por la autonomía lingüística, acaso porque la sen- satez permitió advertir lo que el filólogo Andrés Bello caracterizó como “las inaprecia- bles ventajas de un lenguaje común”. Pese a ello, la independencia política de las nacio - nes dejó abiertas las puertas para una lenta pero creciente toma de conciencia y acepta - ción de las propias identidades lingüísticas.

(…) Los dos siglos de vida independiente de los países americanos de lengua espa - ñola y su desarrollo cultural hicieron inevitable no sólo admitir en plenitud la existencia de sus variedades lingüísticas sino integrarlas a normas diferentes de la que había regido durante el período colonial, es decir la que tenía su centro en la Península. No implicó esto la renuncia a la lengua común, sino la necesaria admisión de que en esa lengua pue- den y deben convivir otros modelos normativos establecidos por el uso y la franca acep - tación de los hablantes de otros lugares de América. Se trataba simplemente de recono- cer la legitimidad de rasgos lingüísticos bien asentados en diferentes comunidades, que no podían seguir ateniéndose a principios de corrección, algunos de ellos devenidos cla- ramente minoritarios, que ya no eran los suyos: habían nacido otros estándares fijados por el largo uso de las mayorías. Ningún americano distinguirá normalmente en su pro- nunciación entre caza y casa, aunque acepte respetar la diferenciada ortografía; y si no es en alocuciones de forzada retórica, tampoco empleará el pronombre vosotros, que ha sustituido unánimemente por ustedes. Hace mucho tiempo que los argentinos hemos abandonado el tú, aunque lo sigamos memorizando, como se debe, en el aprendizaje de la conjugación; en escasos lugares del país se diferenciará la pronunciación de la prime - ra consonante de llave y yegua, y un muchacho porteño que lea falda pensará segura- mente en un trozo de carne para puchero antes que en una pollera, mientras que un con-temporáneo madrileño invertirá el orden en que imagina esos referentes. Ninguna de esas opciones lingüísticas, como tantas otras que en la pronunciación, la gramática o el léxico podrían aducirse, es incorrecta, porque cada una responde a una norma propia, detrás de la cual hay una larga historia de vacilaciones, preferencias y determinaciones colectivas. (…)

El Diccionario integral del español de la Argentina, que estas páginas quieren pro- logar, abre en nuestro país un camino novedoso. No se trata de un repertorio de argenti - nismos (nuestra tradición lexicográfica cuenta con varios y la Academia Argentina de Letras continúa ampliando uno que ya ha alcanzado dos ediciones), aunque incluya los más difundidos. Fue concebido con la pretensión de dar cuenta del vocabulario de la lengua común, la que compartimos con el resto de la América hispana y con España (por eso “integral”), la misma de que se ocupa el DRAE, pero tal como lo ha conforma- do la variedad argentina culta o estándar, seleccionando los elementos que son funcio- nales a ella y redefiniéndolos con las formas propias de esa variedad. (…)

Este prólogo no pretende ser publicitario. Sí cree justo saludar la primicia de un tra- bajo minucioso y de un largo esfuerzo, que contribuirán, acaso sin saberlo, al afianza- miento de una conciencia lingüística nacional aportando un instrumento indispensable. Nos atrevemos a anticipar que se trata de un hito en la historia del español en la Argen - tina.
Clarín, Revista Ñ, 18 de marzo de 2010. El laboratorio de la lengua española

Estados Unidos será en 2050 el país con más hispanohablantes en el mundo. Aquí, el secretario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española reflexiona junto al Presidente de la Academia Argentina de Letras sobre el laboratorio más importante del idioma y el futuro del castellano.

Por Guido Carelli Lynch

Pocas cosas dicen más de los seres humanos, de sus progresos y de sus mutaciones bárbaras e inevitables, como los cambios en la lengua y el habla. En cada interpretación lingüística subyace un modo de ver el mundo, de entender la política y esta no es la excepción.

Coinciden en la misma oficina el Presidente de la Academia Argentina de Letras, el anfitrión, el Doctor Pedro Luis Barcia; y el secretario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, el también argentino José Ignacio Covarrubias. Son amigos e intercambian elogios. Los dos saludan la vitalidad de la lengua castellana y ambos creen que gran parte del futuro de la lengua española se forjará en Estados Unidos, un lugar remoto respecto de las tendencias idiomáticas hasta hace poco. Hasta ahora de hecho fueron muy pocos los intentos oficiales por trazar puentes comunicacionales con el resto del continente. Por ahora se levantan muros.

La comunidad hispánica de Estados Unidos es la más grande después de la de México. Allí hay más hispanohablantes que en España o Argentina. “En el mundo se calcula que hay 450 millones de hispanohablantes. La comunidad de Estados Unidos es la segunda más numerosa. El 10% de los hispanohablantes de todo el mundo están allí, donde conviven emigrantes de 20 países con sus respectivas variedades dialectales. Es el laboratorio experimental más importante del idioma. Es el futuro del idioma”, sentencia Covarrubias.

Barcia, larga, a su vez un juicio comparativo sobre ese organismo vivo que administra institucionalmente la Real Academia Española. “De las lenguas modernas en expansión por sobre todas las fronteras, el español sigue al inglés en dinamismo y crecimiento en hablantes. Muy atrás han quedado el alemán, el francés, el italiano en esta difusión; para algunas de esas lenguas, el proceso es reculativo. El castellano nace en un reducido espacio de la Península, se expandió por toda ella, fue la lengua oficial, se difundió en América, cuando los países se independizaron políticamente, anudaron la continuidad lingüística del español: sus declaraciones de independencia, sus constituciones, sus leyes están en esta lengua, que hoy hablan casi 500 millones de personas. En Estados Unidos la colectividad hispana es ahora la primera minoría, por sobre los afroamericanos, y tiene más hablantes que España. Desde Tierra del Fuego, a Canadá, donde es segunda lengua, en sus dos zonas, puede viajar usted sin cambiar de instrumento”, ilustra pedagógico y acostumbrado a tratar con la prensa Barcia.

Durante la administración de Barack Obama, la Academia Norteamericana de la Lengua Española logró convertirse en la institución de referencia para el gobierno norteamericano en cuestiones relacionadas al castellano. Por esa razón controla todas las publicaciones del portal oficial en castellano del Ejecutivo estadounidense. En el mismo lapso, saltó a la televisión con pastillas sobre el uso correcto del idioma. “La postura de la academia es tratar de determinar cuál es la norma del español culto. Lo segundo es tratar de orientar a los hispanohablantes para hablar bien el español. El tercero es promover el bilingüismo, para que la gente aprenda bien los dos idiomas. Tenemos una tarea normativa, más nada aconsejamos, porque nadie es el dueño del idioma. Nosotros tenemos que aceptar las reglas que el uso impone”, reflexiona Covarrubias.

El espanglish, el mestizaje de contaminaciones entre el castellano y el inglés, crece en el contexto inmigratorio y pese a las advertencias de la academia dirigida por el español Gerardo Piña Rosales. ¿Es un retroceso, un signo de vitalidad, un proceso inevitable? “Son las dos cosas. Es un choque de dos lenguas. El español es el primer idioma después del inglés. Hay un choque inevitable, como en el portuñol, el franglés, nosotros tenemos el espanglish. Los expertos lo definimos como una variedad dialectal del español, a veces responde al desconocimiento, a veces se lo hace por comodidad”, explica Covarrubias, que no duda ni un segundo en señalar a la Academia Argentina de Letras como un ejemplo entre las 22 academias, que acaban de forjar la Nueva Gramática de la Lengua Española.

Si antes la ascendencia latina era un pasado vergonzoso, que había que ocultar, hoy el castellano se enseña en un sinnúmero de universidades en todo el país. Especial atención –explica Covarrubias– pone la Academia Norteamericana para que ninguno de los dialectos hispanos se impongan por sobre los demás. De cualquier manera, por ahora los mexicanos lograron asentar sus modismos en los cientos de kilómetros de la frontera sur, los cubanos los propios en Florida y los dominicanos, por ejemplo, en la costa este del corazón del imperio.

Las nuevas tecnologías, los modismos en las salas de chat, como recursos alfanúmericos (5mentarios), las abreviaciones (pq) no preocupan tanto a estos dos especialistas como el deterioro de la educación. “Hay que distinguir entre los lingüistas pragmáticos que describen la realidad, pero no se preocupan por ella, y entre los pedagogos –como yo– que se preocupan para que los chicos tengan inserción social. En una democracia aquel que habla con firmeza, con precisión, ese dice lo que quiere. El que no puede, da un sopapo, da una pedrada o se hace piquetero como D´Elia ”, dispara el Presidente de la Academia Argentina de Letras.

La lengua –queda claro– también se lee en clave en política. También es materia interpretativa y gran parte de ella se cocina y germina en el norte.
Kornfeld, Laura 2010. “Lenguaje y sentido común”, en Página 12, 9/04/2010.

Hace unos días, Juan Forn observaba jocosamente en estas páginas que la revista Cabildo es como Barcelona, pero en serio. Bien: Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras, es como el funcionario de Educación Juan Estrasnoy, el impagable personaje de Capusotto del latiguillo “estamos preocupados porque los jóvenes usan mal el lenguaje”, pero en serio. Desde 2001, Barcia se ha preocupado por resaltar la “decadencia” en el lenguaje de los jóvenes. Vale aclarar que ningún estudio científico avala sus afirmaciones catastrofistas: no hay estadística que dé cuenta de una disminución del vocabulario promedio de los jóvenes, ni ontología que le otorgue mayor valor lingüístico a “buenísimo” que a “re bueno”, ni usos de los insultos que sean más legítimos que otros, por citar algunos de sus caballitos de batalla. Sus resquemores se apoyan apenas en el axioma “todo tiempo pasado fue mejor” que, justamente por su referencia al sentido común, encuentra buen eco mediático. No satisfecho, Barcia también ha salido a filosofar sobre la relación entre “pobreza lingüística” y “calidad democrática”, ya que, sostiene, “la inclusión comienza por el lenguaje”. Ha afirmado: “En una democracia no es útil una persona que no es capaz de dialogar, de articularse con el otro”, y recientemente precisó: “El pibe que no puede decir lo que quiere da un sopapo, un golpe, una pedrada o se hace piquetero como D’Elía”. Barcia recurre, en ese vaticinio, a Luis D’Elía, cuco de la clase media argentina. No para reconocerle que, como otros líderes piqueteros de los ’90, haya logrado articular (darles voz a) los reclamos de quienes quedaron despojados de todo, incluso de lo que los definía como clase: el trabajo. No para resaltar que D’Elía es un crítico coherente del discurso dominante, que procesa creativamente información política y cultural diversa para sostener sus posturas. No para apuntar que tiene plena conciencia de su incorrección política y lingüística, como ha dejado claro en una charla con la Agrupación Oesterheld: “Cuando uno mira a los dos políticos más amados por el pueblo argentino, que para mí fueron Eva Perón y Ernesto ‘Che’ Guevara, se pregunta; ¿estos tipos qué tenían que ver con la moderación? ¿Qué tenían que ver con la fina selección semántica? ¿Con el discurso prolijo, con la cosa acicalada y previsible?”. Estas palabras (pronunciadas con un acento barrial que en nada las desmerece y ratifica su lugar elegido de dirigente clasista) no traslucen, evidentemente, ninguna “pobreza lingüística”. Para su vaticinio, Barcia se basa, pues, no en el discurso efectivo de D’Elía, sino en la imagen construida por la mayoría de los medios, que lo han distorsionado, hostigado y estigmatizado hasta el hartazgo. Y, en la persona de D’Elía, los medios denigran sobre todo a sus representados: los “negros” o los “afroperonistas”, según la irónica reformulación “políticamente correcta” de Barcelona. Actores que sólo interesan cuando dan un sopapo, un golpe, una pedrada o hacen un piquete, retomando las palabras de Barcia: cuando irrumpen, con algún mínimo grado de violencia, en nuestras cómodas vidas burguesas. El resto del tiempo basta con bajarles el volumen... para luego acusarlos de que su “pobreza lingüística” los deja afuera del sistema democrático. Es que, a menudo, el sentido común implica hacer de los síntomas causas, invisibilizar las razones verdaderas, volver a las víctimas agentes y viceversa: no es que no los dejamos hablar, es que no saben; no es que protestan como pueden, es que no tienen nada que decir... Ninguna política educativa que intente promover la inclusión social a través del lenguaje puede basarse en los principios del sentido común, sea que éstos nieguen las verdaderas causalidades de una situación sociopolítica compleja, sea que supongan que el modo de hablar de una generación o de una clase es superior a otros, una falsedad desde cualquier teoría lingüística. En cuanto al juego democrático (que, vale recordarlo, en la historia de nuestro país no fue precisamente debilitado por los “afroperonistas” o los jóvenes que “usan mal el lenguaje”), sólo se enriquecerá en la medida en que se respeten, sin ningunear ni acallar ninguna, las diversas identidades (étnicas, lingüísticas, sociales, políticas) que conforman la cultura argentina.

Arnoux, Elvira Narvaja de 2010. “Representaciones sociolingüísticas y construcción de identidades colectivas en el Mercosur”, en Celada, María Teresa, Adrián Fanjul y Susana Nothstein (coords.) Lenguas en un espacio de integración. Acontecimientos, acciones, representaciones. Buenos Aires, Biblos, pp. 17-38.

LAS LENGUAS EN EL PROCESO DE INTEGRACIÓN REGIONAL

En el largo proceso de construcción de los Estados nacionales, la lengua común se fue afirmando como uno de los aspectos que sostenía la existencia de la nación a medida que se implementaban los modos de extenderla en un territorio que clausuraban las fronteras. En ello colaboraron, entre otros, el aparato burocrático, la escuela y los medios gráficos. A la vez que la lengua común (y la cultura escrita) constituía una necesidad de las sociedades industriales y de las nuevas formas de participación política, se la presentaba como la manifestación más clara de la identidad cultural del pueblo de la nación que se vinculaba y expresaba sus opiniones a través de ella.

En las últimas décadas, el proceso de globalización, al requerir la conformación de entidades más amplias (por lo menos en el plano económico), ha cuestionado la supuesta homogeneidad y los límites de los Estados nacionales haciendo visibles las diferencias culturales internas y destacando la porosidad de las fronteras. Esto ha llevado, asimismo, a interrogar sobre el papel de las lenguas en la ampliación del espacio comunicacional, en las estructuras de mercado extendidas y en los modos de organización políticos.

La conformación de las integraciones regionales como estructuras que aseguran el dinamismo económico planetario por sus cierres y por la competencia entre ellas ha planteado otra vez el tema de la estabilización política, para lo cual sería necesario construir, como lo hicieron los Estados, una identidad colectiva que posibilitara formas amplias de participación. (…)

En el caso del Mercosur, ese proceso se ve facilitado porque conviven dos lenguas mayoritarias, el español y el portugués, que se entrelazan con lenguas amerindias que, en muchos casos, tienen hablantes a uno y otro lado de las fronteras estatales. Las políticas lingüísticas que se encaren deben contemplar distintas modalidades de bilingüismo español / portugués y de desarrollo de las lenguas amerindias, y deben articularse con políticas culturales que atiendan al papel de las lenguas en la construcción de identidades colectivas. La ampliación que propone la

Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) exige también considerar el inglés y el neerlandés como lenguas oficiales.
[Sostenemos] el convencimiento de que nuestra integración regional, cuyos límites geográficos dependen de los progresivos acuerdos, debe construir un entramado identitario que haga posibles formas de participación política, en lo cual el aprendizaje de la lengua del otro cumple una función decisiva no solo porque permite ampliar las redes comunicativas sino también por el juego de resonancias culturales al que cada lengua está asociada y que los enunciados activan diversamente. Aprender otra lengua es introducirse progresivamente en esos juegos que van modelando la subjetividad en tensión y acuerdo con la lengua y la cultura propias. Esta dinámica multiplicada en el espacio sudamericano hace posible pensar en la conformación de un imaginario colectivo que sostenga el ejercicio de una nueva ciudadanía.