lunes, 14 de julio de 2014

Nº1 "Soberanía Idiomática": Entrevista a José Luis Moure.

Entrevista de Ricado Soca a José Luis Moure   


El nuevo presidente de la Academia Argentina de Letras (AAL), José Luis Moure, es un filólogo argentino que desarrolló su carrera docente superior en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde obtuvo su doctorado. Las áreas a las que ha consagrado sus mayores esfuerzos han sido la Dialectología Latinoamericana y la Historia de la Lengua, de la cual es profesor titular. En el portal de la UBA pudimos saber que es autor de numerosos artículos de su especialidad. Editó laVerdadera relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco de Francisco de Jerez. Es coautor del estudio introductorio de la edición de la Crónica del Rey Don Pedro de Castilla realizada por Germán Orduna, de cuya versión abreviada prepara la edición crítica, así como la Crónica de Enrique III (en colaboración con Jorge Ferro). Es autor del estudio introductorio, edición crítica y anotación de El detall de la acción de Maipú, sainete en lengua gauchesca de autor anónimo de 1818, publicado por la Biblioteca Nacional de la Argentina. 

Preside una academia que fue fundada en 1931 como «asociada», pero que desde el final del siglo pasado perdió esa nota de independencia para convertirse en «correspondiente» de la Real Academia Española, una decisión con la que parece no estar totalmente de acuerdo:Nunca tuve claro cuál era la diferencia específica que implicaba ser asociada pero, si en 1931 la Academia se crea y se dispone que sea asociada y no correspondiente, habrá tenido una significación simbólica de cierta independencia, siguiendo la actitud asumida tradicionalmente por la intelectualidad argentina de la generación de 1837 de distancia, de independencia frente a lo que la academia de Madrid pudiese disponer,expresó. 
Nosotros diremos que, por muchas razones, esa intelectualidad revolucionaria de 1837 y algunos de sus pensadores más importantes –pienso en Sarmiento, en Alberdi, en Juan María Gutiérrez– asumen una actitud de independencia, que quieren que no sea solamente política, como los hechos habían determinado, sino también cultural y lingüística. Esa creación en 1931, después de dos intentos previos de crear academias correspondientes de la española tiene que haber tenido un significado, simbólico al menos. Las razones por las cuales esto se interrumpe entre 1999 y 2000 –en el terreno simbólico– nunca las pude averiguar, a pesar de haber investigado en las actas. Solo sé que hubo una propuesta por parte de la RAE de que la Argentina pasase a ser correspondiente. Eso fue admitido por nuestra Academia; tengo que respetar esa decisión y suponer que respondió a algún tipo de explicaciones que se le hayan podido dar en ese momento, y que convencieron a los miembros. 


La pregunta de este reportero, tanto como la respuesta del filólogo, sugieren una asimetría en las relaciones de poder entre la tricentenaria casa madrileña y sus asociadas americanas. Le pregunté su opinión sobre el hecho de que el presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) tenga que ser siempre, por sus estatutos, el director de la Real Academia Española, y que su tesorero tenga que ser designado, también por disposición estatutaria, entre los miembros de número de la entidad fundada en 1713 por Fernando IV. 

Aun admitiendo la notoria asimetría, Moure identifica algunas razones que explican esta situación: En esto yo siempre me veo en dificultades, porque por un lado, no dejo de reconocer que la Real Academia Española tiene una tradición fortísima, se ha convertido de hecho en la anfitriona de la Asociación de Academias, y tiene, como digo, una tradición lexicográfica importantísima para el conjunto de los países de habla hispana. 

Alguna vez se ha dicho que el peor obstáculo para la expansión del español como lengua internacional es la pobreza que aflige a muchos de los hablantes donde es hablado. Moure reconoce que la RAE financia «buena parte» del funcionamiento de Asale, así como ofrece una sede para las reuniones y para la administración. Algunas academias no están en condiciones económicas ni cuentan con una tradición académica previa que permita convertirlas en centro de estas actividades. Por eso, es un hecho que tenemos que aceptar en cuanto no haya una propuesta mejor por parte de ese conjunto de academias que parecen haber admitido esto como natural. 

Insistiendo en el mismo tema, le comento que la sede oficial de Asale es en la calle Felipe IV, número 4 de Madrid, la misma de la Real Academia Española, que su página de internet está hospedada en el servidor de rae.net y el dominio (designación) en la red mundial –asale.org– no fue registrado en Bogotá, ni en Buenos Aires ni en México, sino en Madrid, a nombre de la gerente de la Real Academia. ¿Qué comentario le merece esta situación? 

Es que funciona allí. De hecho, el trabajo conjunto se hace en el mismo lugar, los fondos bibliográficos son compartidos, es decir esto ha surgido allí, no podemos negarlo ni podemos negar que el conjunto de las academias ha tenido siempre con la Real Academia Española una relación estrecha, yo diría quizás excesivamente estrecha, porque no parecen haber actuado con simetría, respondió. 

El académico argentino explicó que todas las asimetrías institucionales encuentran su explicación en la historia y en las representaciones que se construyen sobre los hechos:España sigue ocupando un rol preponderante en el pensamiento lingüístico de estas naciones que hablan un idioma y que, más allá de los discursos, parecerían no encontrar todavía una manera de manifestar su absoluta independencia. Como tantas otras cosas, esto es la consecuencia dilatada de un desacompasado desarrollo de la historia con respecto a la aceptación de nuestras particularidades lingüísticas. Hoy día la ciencia lingüística no puede admitir la preponderancia de una variedad sobre ninguna de las otras, el concepto de pureza afortunadamente ha sido hace largo tiempo eliminado, pero queda lo que llamo este imaginario colectivo, alimentado por los años de la colonia, alimentado por la observación hecha de la península con respecto a la calidad cultural de las colonias y a las variedades lingüísticas consideradas siempre como un poco bárbaras, un poco marginales. De modo que habiendo cambiado la mentalidad hispánica, hoy habiéndose dado cuenta todos, porque no cabía otra posibilidad, de que nos encontramos simplemente compartiendo variedades de distinta naturaleza, perdura esa idea que da pábulo a que esta visión asimétrica perdure también. 

Moure enfoca las tareas de la Asociación Argentina desde la perspectiva de un lingüista y, sobre todo, de un dialectólogo y de un estudioso de la historia de la lengua. 
Yo creo que la principal tarea de la Academia Argentina de Letras, que no debe delegar, es un estudio, un conocimiento tan completo como sea posible de la variedad argentina o bien de la variedad estandarizada de Buenos Aires. En ese sentido, la obra que yo creo que cumple más adecuadamente esto es el Diccionario del habla de los argentinos, un diccionario contrastivo, que se planteó desde el comienzo incluso desde algunos de los otros intentos de creación de academias previos, pero que se fue concretando y que cobró un renovadísimo ritmo en los últimos años. Seguimos trabajando en eso; existe para ello un material muy rico que se va incrementando a través de reuniones quincenales que hacemos los que integramos en este momento la comisión de argentinismos y que creo que es un muy buen diccionario contrastivo. 

No está conforme con el hecho de que la RAE sea la que decide qué argentinismos deben incorporarse al diccionario que se supone que es de todos, y se pregunta por qué no todas las palabras identificadas como pertenecientes a la variedad rioplatense son «admitidas» por la real casa madrileña: No tengo la respuesta para eso; es decir, nos obligan a elegir los mejores hijos para ir allá. De todo ese corpus de palabras claramente argentinas, claramente estudiadas como propias de este territorio, solamente algunas son admitidas, posiblemente en función de su vitalidad o de su mayor extensión diatópica, como para integrar ese repertorio léxico que hoy llamamos Diccionario de la Lengua Española, que teóricamente representa al conjunto de los países que hablan español. Hay ciertamente en ese diccionario una desproporción, que yo creo que no obedece a mala voluntad sino a la propia historia de la obra, que fue inicialmente un diccionario de autoridades, de la lengua de España, que era la que mejor se conocía, y al que después se fueron incorporando las palabras, los elementos léxicos propios de las propias naciones de América. 

Moure advierte que los hablantes de las variantes peninsulares no son más del diez por ciento del total de hispanohablantes, por lo que desde el punto de vista numérico, proporcional, ese léxico americano tendría que tener una presencia mucho mayor en ese diccionario, lo cual lo haría inmanejable, o prácticamente inmanejable. 
El académico argentino señaló que el DRAE contiene regionalismos peninsulares que en muchos casos representan a comunidades muy pequeñas, mientras que faltan palabras de México o de Colombia que son utilizadas por millones de hablantes. No se ha encontrado todavía la manera de que exista una justicia mayor, una proporción más adecuada que represente a las variedades americanas. Pero eso tiene que ver con la historia del diccionario, que es muy difícil de modificar. Es un poco, hoy, un diccionario histórico, es un poco un diccionario de uso, un poco un diccionario del español general, es un poco un diccionario de regionalismos, y estos están representados de una manera muy poco proporcional. 

Cuando le planteo que los diccionarios contrastivos, como el uruguayo o el argentino suponen de alguna manera una sujeción a la norma peninsular, me explica que se trata de una cuestión metodológica, puesto que el otro camino posible –la confección de un diccionario integral, con palabras patrimoniales como mesa, zapato– es por ahora económicamente inviable para las academias asociadas (o correspondientes). Comentó que esa tarea ya la cumplió en la Argentina una editorial privada, que publicó el Diccionario integral del español de los argentinos y, en México, el lingüista Luis Fernando Lara, con su Diccionario del español usual en México.
Esto ya lo proclamaba el propio Borges en una de sus duras diatribas contra la Academia Argentina de Letras, que él naturalmente integraba. Y hoy se conoce porque aparece en la correspondencia que mantenía con Bioy. Y él reclamaba: ¿por qué tanto elevar palabras a la Real Academia para que allá se elijan cuáles quedan y no hacemos nosotros lo que nos corresponde, es decir, un buen diccionario del español culto que se habla en la Argentina, incluyendo después las particularidades? 

Aristóteles definía la política como «el arte de lo posible»; tal vez esto pudiera aplicarse también a la ciencia lexicográfica en los países americanos, donde el objeto y el método de estudio se enredan en un entramado de tradiciones históricas y de intereses políticos y económicos que poco tienen que ver con la ciencia. Moure intenta deslindar ambos campos:
Nosotros somos países jóvenes y España es una nación secular, de modo que esa presencia y esa tradición lexicográfica y de estudio es muy antigua. Estos son realidades y hechos, digamos científicos y efectivos para hacer frente a los cuales no siempre los caminos son sencillos; otra cosa diferente son las políticas lingüísticas, que a veces pueden tener intereses de otro tipo, que no sean estrictamente los lingüísticos. 

¿Cree que su llegada a la presidencia pueda imprimir un nuevo giro a la AAL?
En este punto soy un poco escéptico, prefiero serlo antes de mostrarme como revolucionario, eso ha sido una constante en toda mi vida y también es fruto de mi experiencia en los años que tengo. Una academia es siempre un cuerpo de pares, formado en el caso de la AAL por gente dedicada a la literatura, por gente dedicada a la lingüística, alguno dedicado a la ciencia exacta, por helenistas y no se puede pretender que todos piensen igual. Lo que me propongo hacer es llevar al terreno de la discusión dentro de la Academia algunos de los aspectos que hemos estado hablando acá, y tratar de dar mis razones, por las que yo creo que la AAL debería volver a poner el énfasis en su carácter de argentina. De otra manera, ¿qué sentido tendría que cada una de las academias tuviera en su nombre un adjetivo que hace referencia a un recorte geográfico o político si no puede mostrar lo que las caracteriza como nación? Todas estas academias fueron creadas como nacionales; se llaman nacionales, y eso significa que tienen que mirar hacia dentro en una proporción importante, sin perder de vista el hecho de que al menos todas decimos pertenecer a un universo cultural cuyo idioma es el castellano. Si es así, hay algo que nos une, y es el respeto por un estándar que consideramos común. Para que eso siga siendo así, y para que esas academias tengan sentido y no sean meras "repetidoras", como se dice en radiotelefonía, de una central, es imprescindible que tomen conciencia de su nación, que tomen conciencia de que tienen que dar respuesta a su propio país acerca de su función. Nosotros no tenemos otras [funciones] que no sean un estudio, una consideración particular de nuestra lengua y de la producción literaria escrita en esa lengua. Pero nos debemos entonces el respeto por esa lengua de cultura, esa lengua que nos aúna, que compartimos, que nos permite leernos los unos a los otros, y seguir diciendo que lo estamos haciendo en una lengua común. Pero para que siga siendo común no puede haber preeminencias de ningún tipo. Es importante, entonces, que si existen imaginarios que dicen lo contrario se vayan desmontando, sin guerras, sin hostilidades, con comprensión y con argumentos. De momento, la relación es asimétrica, el dinero, y mucho dinero, lo han puesto los españoles a través de estas empresas lingüísticas; lo siguen haciendo a través de la Real Academia, lo siguen haciendo a través de esta empresa de la Asociación de Academias con sede en Madrid, lo siguen haciendo a través del diccionario, con el cual nosotros trabajamos. Mientras esto no sea puesto al servicio de intereses menos cristalinos, bienvenido sea. Lo iremos modificando en la medida en que las naciones americanas tomen fuerza y piensen que pueden actuar exactamente en ese plano de igualdad. Hacia eso debemos caminar. 

Le comento el hecho de que en torno de la orientación de la RAE se mueven poderosos intereses económicos.
Ese es uno de los grandes temas que están planteados aquí y que sería bueno empezar a ventilar, empezar a debatir, para no convertirnos en clientes de ese proyecto sino en colaboradores reales de otras academias. Esos son los elementos que están por debajo de las políticas lingüísticas; cuando las políticas lingüísticas van más allá de los intereses lingüísticos que las lenguas mismas exigen, y tienen finalidades meramente económicas, estamos ante un hecho espurio, que no debe admitirse. Se debe explicar claramente, a la luz pública, para que se entienda que hay un proyecto económico y preguntarse a quién beneficia ese proyecto económico. 
España tiene pleno derecho de llevar adelante un proyecto económico y nosotros también tenemos derecho de tener los propios y, en algún caso, de tomar otros caminos si nos parece que ese proyecto económico entra en colisión con el nuestro.
 

Con frecuencia leemos o escuchamos llamados a la defensa de la lengua común contra la disgregación, contra el ingreso de vocablos de otras lenguas, en fin, contra fenómenos que han sido propios de todas las lenguas en todos los tiempos. 
Siempre les digo a mis alumnos de Dialectología o de Historia de la Lengua que sabemos que sabemos que las lenguas tienden inexorablemente a la diversificación, a la dialectalización. Eso siempre ha sido así. Los terrores con que a veces hoy se persigue a la opinión pública con respecto al peligro que hoy corre el idioma español, el peligro de la dialectalización o de las variedades es un miedo que no tiene fundamento. En la realidad, en el hoy, simplemente porque me parece un error conceptual o una medida estratégica el suponer que una lengua que tiene más de cuatrocientos millones de hablantes corre algún peligro. Para que ese peligro se advierta y para que sea necesario tomar medidas de defensa tiene que haber un ataque. Y esa situación no se da, por el contrario, lo que se está manifestando es un crecimiento casi exponencial de la presencia del español; no hay peligro alguno, ¿de qué nos estamos defendiendo? 

En el siglo XXI el lenguaje está enfrentando fenómenos que no tienen precedente en la historia humana: la alfabetización y la escolarización prácticamente universales, la revolución de las comunicaciones, que tenderían a frenar el cambio lingüístico, tal vez a hacerlo más lento, a hacer prevalecer la convergencia sobre la dialectalización. 
No hay ninguna duda de que va a haber dialectalización. En el pasado ella fue mucho más rápida por el aislamiento geográfica, por razones políticas. Hoy, en cambio, esa dialectalización se retrasa en la medida en que los medios de comunicación ponen en contacto toda estas variedades como nunca había sucedido antes, lo que nos permite acceder al conocimiento del vocabulario de naciones hermanas, lo que antes hubiera sido impensable. De modo que hoy tenemos razones para suponer que muchos de estos procesos de dialectalización van a retardarse. Lo que nos queda sí es defender el valor de esa variedad estándar, que es no ya geográfica sino que es de estilo, de registro, que implica una lengua de cultura, una lengua elaborada,que es la lengua que nuestro idioma ha venido desarrollando y que es lo que tenemos de absolutamente en común. Si hay algo en lo que nos hermanamos por completo es en ese español estándar, culto, que es el que se ve reflejado en las gramáticas, en la enseñanza, aquel en el que leemos, aquel a cuyo registro le prestamos una ortografía compartida. Ese es el único reaseguro que tenemos, por muchos años, probablemente por siglos, de la existencia de un idioma común. A las otras variedades, las variedades de la gente, las variedades de la calle, las variedades de los pueblos, las variedades regionales hay que dejarlas tranquilas. El pueblo sabe lo que hace con esas formas y también sabe que cuando necesita leer, cuando necesita escribir, cuando necesita dar clase o recibirla o transmitir información, lo va a hacer en esa variedad culta cuya supervivencia hará que la comunicación del mundo hispánico siga durando por mucho tiempo, concluyó. 

2 comentarios:

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